El plebiscito de Madrid sobre Sánchez

22/04/2021

Luis Díez.

Las elecciones autonómicas madrileñas del próximo 4 de mayo acaparan el interés político y parlamentario. Cinco millones de electores están llamados ese día laborable a elegir a los 132 diputados regionales que, a su vez, elegirán presidente autonómico. El PP, reducido a la insignificancia en los comicios catalanes, busca resarcirse utilizando la falacia política de hacer creer a los ciudadanos que estas elecciones regionales son contra Pedro Sánchez y su gobierno socialcomunista, populista y bolivariano. No es mal ardid para atraer a quienes siempre votan en contra de algo o de alguien. El PSOE, con el resistente profesor Ángel Gabilondo, quiere ampliar su mayoría insuficiente para, con la suma de Podemos y Mas Madrid, poner fin a 26 años de gobiernos de derechas. Voluntad no le falta.

Además de ser día laborable –lo que implica permisos de las empresas para ir a votar–, otro dato técnico importante es que la formación que no alcance el 5% de los votos emitidos queda fuera de la Asamblea madrileña. Ya le ocurrió a Izquierda Unida (IU) antes de abrazarse a Podemos, cuando presentó de cabeza de lista al escritor Luis García Montero. Ni con más de 100.000 votos puntuó. García Montero dirige ahora el Instituto Cervantes. Dicen las lenguas de doble filo (politólogos les llaman) que lo mismo le puede ocurrir a Ciudadanos, cuyo candidato, Edmundo Bal Francés, es un abogado del Estado que dio el salto a la política en 2019. Iba en la lista  de Albert Rivera al Congreso por Madrid. No consiguió los votos necesarios, pero la dimisión del líder le proporcionó el escaño.

La supervivencia de Cs es una de las cuestiones a resolver en las urnas. La trayectoria del partido naranja desde que en 2015 irrumpió en la Asamblea de Madrid con 17 diputados, que aumentaron hasta 26 en las elecciones de 2019, ha sido favorable a la derecha y ha permitido seguir gobernando al PP, con independencia de las ciénagas de corrupción que tanto sorprendían a aquella presidenta Aguirre a la que tantos nombramientos le salieron rana y se convirtió en reina de los batracios. Ni siquiera cuando, hace dos años, el PSOE ganó las elecciones madrileñas con 37 diputados frente a 30 del PP, Ciudadanos abdicó de sus inveterados servicios a la derecha. Tanto su líder Inés Arrimadas, como su candidato, el onubense Bal, han manifestado claramente su propósito de continuar codo con codo con la derecha. Es como si Bal, que intervino como abogado del Estado en la trama Gürtel de corrupción del PP, no hubiera aprendido nada o como si aquel aprendizaje le animara ahora perfeccionar determinadas técnicas.

Avezados comentaristas políticos y cocineros demoscópicos auguran buen resultado a Díaz Ayuso y no atisban grandes dificultades de hermanamiento con la extrema derecha para legislar y gobernar. De hecho, la extracción social, la formación y la formulación ideológica de los actores de la derecha extrema y de la extrema derecha es tan similar como unitario. Vale reseñar que Ayuso, de 42 años (nació en octubre de 1978, mes y medio antes de que se aprobara la Constitución democrática), fue fichada en 2005 por el entonces consejero de Justicia de Interior Alfredo Prada, un berciano que transitó de la ultraderecha (la Fuerza Nueva de Blas Piñar) al PP de Fraga y Aznar. Pronto la periodista Ayuso, con un máster en comunicación política y protocolo, captó la atención de Aguirre, quien le extendió la bandera protectora y, lo mismo que hizo con Pablo Casado y con Santiago Abascal (el muy descastado), promocionó su carrera profesional (redes sociales del PP), alentó su vocación política y obtuvo los visibles resultados conocidos.

Manejada por especialistas con mucha experiencia política y jurídica, Ayuso se ha significado en el papel de dar espectáculo, un día como laringe de la sandez, otro como voz del epíteto gratuito e injusto y otro como expresión de esa ignorancia que confunde la costra con la obra de arte. Su función de entretenimiento del personal ha servido de distracción mientras, detrás de las bambalinas se decidía (y decide) el destino de los recursos públicos (22.000 millones de euros de Presupuesto anual) hacia los consabidos (e insaciables) buches privados. La falta de honradez intelectual permite a esos actores calificar de “liberalismo” ese modo de entender la administración de lo público sin correr el riesgo de que Adam Smith les asaetee con los alfileres de las primeras páginas de ‘La riqueza de las naciones’.

El verdadero hallazgo táctico de los autores políticos de Ayuso ha sido, con todo, la creación de un personaje a modo de ariete contra el Gobierno estatal, algo a lo que el propio Pedro Sánchez se prestó al confiar en la lealtad institucional para combatir unidos la pandemia del coronavirus. Los años de incuria sanitaria en Madrid, con privatizaciones y recortes sin cuento, mostraron con especial crudeza en la región madrileña el esplendor de la miseria asistencial y hospitalaria. Y después de adornar con banderas y más banderas la famosa entrevista de Sánchez con Ayuso en la sede de la presidencia madrileña, olvidaron los cinco lustros de gobiernos de derechas, orillaron la lealtad y proclamaron un culpable del mal (de todos los males): Sánchez. En ello siguen. Una broma más que pesada: infundada, dolorosa y cruel, dice Gabilondo. Y dice bien. Pero también para los dicterios, las trampas y el arte del birlibirloque nacieron en libertad.

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