¿Quién ganará en Madrid?

22/04/2021

Carmela Díaz.

En la sociedad actual -hiperconectada y sobresaturada de información-, sobrevuela un interrogante razonable: ¿los debates influyen en el sentido del voto? Obviamente en los indecisos, puesto que los devotos partidistas no cambian de opinión por una exhibición guionizada al detalle. Pero lo que resulta indiscutible es que, como espectáculo mediático, los combates dialécticos entre candidatos funcionan. Aunque ninguno de los aspirantes esté a la altura, mantienen entretenida a la opinión pública durante horas, activan a sus ciber-voluntarios y enfervorizan a sus hooligans. Una delicia.

El único testimonio relevante de Ángel Gabilondo -impreciso y errático- fue corroborar lo inevitable, que pactará con Iglesias llegado el caso. Mónica García crece como personaje público y se consolida como alternativa de izquierdas -más por la incompetencia de los pretendientes ajenos que por méritos propios-, pero no ha sabido rentabilizarse frente a las cámaras. Sus puntos fuertes son la agitación y el activismo, no los argumentos ni las propuestas de gobierno. Y resulta muy cansina su criminalización permanentemente del universo masculino. Si no quieren abandonar esa falacia por sectaria, deberían hacerlo por sensatez: es nocivo para sus réditos electorales calumniar reiteradamente a la mitad de sus potenciales votantes.

Rocío Monasterio, que puede tener la clave del gobierno de la comunidad, ha ido de menos a más: es tozuda y pertinaz, pero no seduce cuando comunica.  Pablo Iglesias -un personaje decadente convertido en una parodia de sí mismo- se ha hundido por su arrogancia, contradicciones y falsedades. Edmundo Bal ejerce como un buen parlamentario en tierra de nadie, puesto que las siglas que representa ya están amortizadas. E Isabel Díaz Ayuso -que parte con ventaja y solamente ha de mantenerla- sale reforzada; acudió para hablar de su libro y consiguió su propósito sin alharacas ni aspavientos: resistió el acoso sin brillantez, conducta suficiente para alcanzar la meta.

Como era previsible (y lamentable) se utilizó a las víctimas de la pandemia como arma multidireccional. Resultó significativo que los partidos de izquierdas basaran sus esperanzas de futuro recurriendo una y otra vez a la llegada de los Fondos Europeos, obviando propuestas reales de generación de empleo, iniciativas para estimular la economía en tiempos de crisis o soluciones efectivas para incrementar la productividad de pymes y empresas.  Y se constata que ese síndrome zurdo de autoridad moral autoconcedida, comienza a ser un lastre en su relato, un hándicap que dificulta empatizar con su discurso.

Como suele ocurrir en el fragor del coliseo televisivo, hay tantos ganadores como sensibilidades e ideologías. No importa tanto quién salió victorioso de un debate anodino e insustancial, como lo que parece incuestionable: Ayuso ganará cómodamente estas elecciones porque sus rivales han glorificado su victimismo (todos contra ella). La presidenta en funciones está contando con un aliado decisivo en esta campaña: sus adversarios, quienes le han proporcionado una ayuda inestimable con la pésima elección de sus rivales. Gabilondo es irrelevante e Iglesias, un vividor de lo público desenmascarado, carece de credibilidad con su discurso caduco, repetitivo y falso. Podemos presenciar el ocaso de Pablo.

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