La debilidad del líder

28/04/2021

J.M. Miner Liceaga.

Pues resulta que cuando el bipartidismo imperaba en la esfera política la cartuchera estaba localizada, guardada y vigilada en su correspondiente lugar.

La fórmula estaba aceptada entre la mayoría de los ciudadanos. Había y hubo sobresaltos externos e internos dentro de cada formación política. Hubo incluso algún que otro salto mortal de un partido a otro, presuntamente por su tanto y cuanto, bien en metálico, bien en despacho con mobiliario de madera noble. Hubo también sus pinceladas gruesas de corrupción. En este aspecto ninguna parte de binomio podía echar a la cara del otro su inocencia…

Había también, además de lo indicado, una constante en cada uno de los dos partidos que se alternaban en la gobernanza del país. Y es que las distintas e incluso voces disonantes internas no se salían del círculo marcado por el jefe supremo. El primer artículo del argumentario era que el jefe siempre tiene razón. Y, a partir de ahí, todos conocían las inconveniencias de salirse del tiesto. Había un líder y punto…

Hay otra constante que se ha dado a lo largo de la historia de la humanidad. La debilidad del emperador, del sultán, del rey, del sátrapa o del mandamás de turno era aprovechada, en la mayoría de los casos, por su vecino de frontera, por el jefe de los ejércitos, por el hijo bastardo, por aquel que hubiera sabido aglutinar más voluntades, siempre, claro está, a cambio de las correspondiente prebendas, o bien también por el que supiera con verbo fácil, envolvente y hasta populista, asegurar, más que prometer, la solución de todos aquellos problemas que la mayoría de los ciudadanos quería que fuesen solucionados en su lógico propio beneficio.

La opinión generalizada, hoy día, en nuestro territorio peninsular e insular, es que en el marco de nuestra política no hay líderes capaces de mantener el orden interno, lo que da lugar a que grupos integrantes de la unidad se desgajen cual mandarina a la hora del postre.

No ha mucho todos degustaban del mismo menú, incluido el postre. Podía haber alguna concesión aislada y puntual; pero a la hora de recogerse la actitud era uniforme y prácticamente unánime.

Los términos han cambiado, y mucho. Al bipartidismo, buena parte de los adláteres que lo configuraba han decidido obrar por su propia cuenta. Parecían inseparables, pero la debilidad de la cabeza ha dado lugar a que se intente solucionar los problemas de la mayoría por otros derroteros que no son compartidos completamente por el núcleo del que participaban.

Tal ha sido la dispersión y el cambio en la panorámica política de país que en su día se necesitó del acuerdo de medía docena o más de grupos para formar un gobierno que poco tiene de consistente.

Ahora, en Madrid, -marzo-mayo de 2021- las elecciones municipales no son, con los matices correspondientes, más que un reflejo de lo que sucede a nivel nacional. No quisiera extrapolar el resultado de lo que pueda resultar con las próximas elecciones generales. Lo que si habría que señalar es que el desencanto de los ciudadanos madrileños está en posiciones de máximos. Y lo está no solo porque se da cuenta del caos reinante. También y sobre todo, porque los políticos de turno no explican, posiblemente porque están en otros menesteres, la política económica a seguir que es lo que verdaderamente importa. Los insultos y las descalificaciones están al orden del día. Y ante tanta falta de respeto lo lógico es que no se les tenga en consideración, al margen de los furibundos hinchas que les jaleen y jalean, seguramente para que se crean que lo están haciendo bien.

Y la guinda, la del postre, la han puesto aquellos exaltados, violentos, iracundos o enloquecidos impresentables que han elegido el camino de infundir el miedo a las alturas para, se supone, que haya una correa de transmisión hacia abajo.

La cartuchería no está al alcance de la mayoría. Algún mayor podrá conservar, como recuerdo simbólico de su paso por la “mili”, munición del 7,62, creo recordar que era la del “mosquetón” reglamentario. Pero lo relevante es que hemos llegado a unos extremos insospechados que además de sembrar inquietudes en nuestros socios comunitarios por considerarnos capaces de tamañas tropelías, dice bien poco de las cualidades humanas de una minoría que no tiene cabida en nuestra sociedad.

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