Adelante con los indultos

26/05/2021

Luis Díez.

Cuando se cumplen cuatro años del anuncio del referendum de autodeterminación de Cataluña por parte del entonces presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, parece llegada la hora de poner punto final a aquel capítulo de desaciertos. En eso coinciden el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el nuevo presidente catalán, Pere Aragonés. Y la mejor vía para hacerlo son los indultos a los condenados por sedición, que en octubre próximo habrán cumplido cuatro años de prisión. El beneficio del perdón por parte del Gobierno de Sánchez alcanzará a todos menos al principal actor institucional de la desobediencia a la Constitución y al propio Estatuto catalán, Puigdemont, el inconsecuente capitán araña que huyó a Bélgica y en Waterloo seguirá conspirando por la independencia de Cataluña.

“¿Va a indultar a los condenados por sedición, sí o no?”, preguntó el presidente del PP, Pablo Casado, al jefe del Gobierno en el último pleno del Congreso del mes de mayo. Casado recordó unas declaraciones de Sánchez contrarias a los indultos, condicionó el perdón de la pena al informe del Tribunal Supremo y al arrepentimiento de los condenados y no solo proclamó el rechazo de su partido a la medida de gracia, sino también anunció el correspondiente recurso contra ella ante el Supremo. Lógico. El dogal judicial ha sido el principal asidero de la derecha nacional contra el nacionalismo catalán, y no lo va a soltar. Aunque la política del PP y su gajo de ultraderecha fuese (y siga siendo, creen) la principal fábrica de confeccionar independentistas, le resulta muy rentable y productiva de votos en la mayor parte del Reino de España. De ahí que el opuesto Casado culminara su invectiva contra Sánchez con una frase fúnebre. “Los indultos serán su epitafio: ni los golpistas ni usted”. Eso le dijo.

El presidente Sánchez le contestó que “la Constitución recoge en su espíritu tanto el castigo como la concordia”, y le hizo saber que el Gobierno tomará su decisión en conciencia “a favor de la convivencia entre todos los españoles”. Afirmó también que la resolución sería la misma, tanto si tuviera 300 diputados como 120, que son los que tiene el grupo socialista. “Hay un tiempo para el castigo y otro para la concordia”, subrayó después de situar a Casado ante la cuestión. Y la cuestión es, dijo, cómo se defiende mejor la legalidad y la unidad territorial. Sánchez recordó: “A quien le plantearon un referendo secesionista no fue a este Gobierno progresista, sino a un Gobierno del PP”. Y no olvidó la opinión del propio Casado en el sentido de que la gestión del problema catalán había sido “un desastre”.

Más allá del choque político, el opositor Casado lanzó la campaña de su partido contra los indultos con la socorrida cantinela de que “Sánchez es presidente de España por haber pactado con los enemigos de España”, de lo que cualquiera con dos dedos de frente puede deducir que está dispuesto a destruir España. En fin, más cuerda callejera, de tómbola, terraza y taberna para las derechas.

Cuán distantes quedan los tiempos de José María Aznar López abrazando a Jordi Pujol i Soley, hablando catalán en la intimidad y suprimiendo el servicio militar obligatorio (la puta mili, le decían) por exigencia de Pujol. Entonces las derechas nacional y nacionalista catalana se entendían estupendamente, sentadas sobre el Presupuesto del Estado y las privatizaciones de las empresas públicas (las joyas de la corona, les llamaba). Pero con las mayorías absolutas, primero de Aznar (2000-2004) y después de Rajoy (2012-2016), volvió el grito de “¡Pujol, enano, habla castellano!” Y, sobre todo, quedó restaurado el rechazo original a las “nacionalidades históricas”, consagradas en una Constitución de la que, paradójicamente, dicen ser los máximos adalides. Aviados estamos.

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