‘El hombre almohada’, Un souvenir del infierno

04/06/2021

Luis Martínez del Amo. Belén Cuesta y Ricardo Gómez dan vida al drama de McDonagh, entre Kafka y Tim Burton.

Llega a Madrid El hombre almohada, un paseo por el lado oscuro del ser humano que vuelve, sin embargo, sin setas ni Rolex. Concebida como caza mayor, la obra se diluye en una tibia reivindicación de la literatura. Y no acierta tampoco a la hora de poner rumbo al lado lúdico del asunto, ni a sacar punta a la febril ironía del libreto del irlandés Martin McDonagh, autor por lo demás de otro remedo, este cinematográfico, como fue Tres anuncios en las afueras, la película aplaudida en medio mundo, puesto en pie, a la orden que dictara su protagonista Frances McDormand.

El hombre almohada llega a Madrid casi veinte años después de su estreno en Londres. Y no es esta una cuestión menor. Transcurridas dos décadas, hoy resulta algo despistada esta indagación en el horror, que sirviera como trampolín al autor irlandés, con su mezcla de géneros y referencias iconográficas, que tratan de conciliar, por un lado, el opresivo autoritarismo de El proceso de Kafka, con las calaveradas de la Pesadilla antes de Navidad, de Tim Burton.

Un suflé de géneros, que no tarda en bajar, una vez que la obra termina su fase de arranque, y pierde fuelle el interrogatorio policial kafkiano a que es sometida la protagonista, Katurian, una autora de cuentos infantiles, inmensamente dócil en este inicio al descomunal abuso de poder.

Es salir de escena Juan Codina y pierde chispa la función. Así es, cuando el policía que interpreta el mencionado Codina —inmenso en su violencia y amenaza permanente— hace mutis, cambia la obra de tercio, y vira hacia otro lugar, más dominado este por la pesadilla burtoniana; y a la postre, en mi opinión, por la indiferencia y el vacío.

Gana presencia entonces la infancia de la protagonista, y toman la escena algunos de sus cuentos, cuya escritura se enreda con la trama, y que se representan mediante recursos alternativos, como el títere y la máscara. En este tramo, se insiste machaconamente en uno de los asuntos que tratan de vertebrar falsamente, el drama, como es la responsabilidad del escritor ante el contenido de su obra y la recepción que de él hace el público. Y decimos falsamente porque, a pesar de la reiteración, apenas se profundiza, en nuestra opinión, en tan fascinante asunto.

Junto a él quedará quedará también en el tintero otro asunto, como el diabólico afán de ciertos padres por modelar la vida de sus hijos, más allá de lo razonable; opacados ambos por el tema principal que termina adueñándose de la función, aquella mencionada defensa de la literatura, como escudo frente al olvido y la muerte, algo tópica y sensiblera, en nuestra opinión.

Poco contribuye el elenco juntado por David Serrano, su director y adaptador, cuya carrera anterior se destaca por la dirección de comedias cinematográficas, musicales, y además obras de campanillas, que el director teatral y de cine se afana por traer a la cartelera española, tras su éxito en otros países; aunque quizás algo tarde, en este caso.

Un empeño loable de todos modos, y para el cual recluta Serrano en esta ocasión a Belén Cuesta, una de las actrices de cine del momento, aunque algo desvaída sobre las tablas en la difícil misión de dar vida a la escritora protagonista; además de Ricardo Gómez, el niño de Cuéntame, convertido hace tiempo en buen actor; más dos fajadores de la escena, como el mencionado Codina y Manuela Paso, cuyo papel de policía recuerda al de su hermana Antonia en una obra que, en otra clave y con menos pretensiones, resultaba sin embargo mil veces más efectiva y graciosa, en nuestra opinión, como fue El viaje.

Una excursión, en suma, por el lado oscuro; que vuelve sin rosa.

Recomendable.

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