La ciudad que lleva cincuenta años ardiendo

14/10/2011

DDC. Las llamas de Centralia empezaron en la década de 1960 y aún no han sido extinguidas. La ciudad se evacuó a principios de los años ochenta.

El incendio de Centralia (Pensilvania, EEUU) empezó en 1962. La primera llama surgió en una cámara subterránea en la que se amontonaba la basura del pueblo. Por entonces vivían más de mil seres humanos allí. Hoy sólo quedan diez. La ruta 61 era la carretera que conducía a Centralia. Fue cortada hace más de veinte años, cuando el gobierno suprimió también el distrito postal. Casi todas las casas cayeron, corroídas por el abandono, gastadas por la áspera intemperie, sus cimientos resquebrajados por las raíces de los árboles, sus muros mordidos por las tercas plantas. Las aceras fueron conquistadas por los arbustos. Las malas hierbas colonizaron las grietas en el asfalto. Los que quedan allí vieron a los vecinos y a los amigos marcharse en sus furgonetas y sus coches ranchera. Vieron cómo se llevaban a los niños. Vieron cómo vehículos cargados con sofás y televisores traqueteaban alejándose por las llanuras polvorientas. Cerraron el supermercado. Luego el cine y la cafetería y el taller de automóviles. Hoy sólo queda la iglesia. Un servicio semanal de misa los sábados por la noche. Los cuatro cementerios aún están en pie.

Centralia (llamada Centerville hasta 1865, cuando se estableció la oficina de correos) se fundó en 1841. La primera edificación que hubo fue la taberna Bull’s Head. Luego el ingeniero civil Alexander W. Rea construyó calles y parcelas sobre las que se levantaron viviendas. El negocio en Centralia consistía en sacar carbón de las minas encima de las que se alzaba la ciudad. Así se hizo hasta que en la década de 1960 las compañías que explotaban las minas abandonaron la zona. Dos líneas de ferrocarril pasaban por Centralia: la Philadelphia and Reading y la Lehigh Valley. Pero en 1966 se suprimió el servicio de transporte por tren.

El incendio en el basurero se extendió hasta una veta de carbón que estaba expuesta. El fuego avanzó recorriendo los túneles de las minas. Los bomberos consideraron que habían acabado su trabajo cuando las llamas visibles quedaron apagadas. Pero el subsuelo ardía hasta una profundidad de más de mil metros y continuó haciéndolo durante dos décadas. Pasados esos veinte años, repentinamente, abruptamente, el asfalto se resquebrajó. Un niño caminaba por la acera cuando el suelo dejó de estar ahí. Lo encontraron cuarenta metros bajo tierra. La ruta 61 se partió en dos y luego en tres y las fallas empezaron a supurar gases sumamente tóxicos. La tierra se abría hambrienta. Engullía casas y calles y postes del tendido eléctrico. Aquí y allá surgían chimeneas del suelo. Los árboles cenicientos caían atravesados en los caminos. En 1984 se obligó a todo el mundo a desalojar Centralia. Quedan sólo diez personas que quizá esperan a que el incendio se apague. Pero faltan doscientos cincuenta años para que eso suceda, opinan los expertos.

Centralia es un agujero. Es el símbolo de la chapuza humana.

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