Cinismo y política

22/07/2021

Hernando F. Calleja.

Parafraseando al genial Fernando del Paso (México, 1935) nadie tiene derecho a sentirse incluido en este artículo. Nadie tampoco, a sentirse excluido. No lo digo como advertencia, que es hija de la soberbia, sino desde la preocupación que me producen todos y cada uno de los pronunciamientos de la política sobre la administración de la Justicia y sobre las propias leyes, haciendo valer esa máxima filosófica de tantos quilates que se resumen en que cada quién cuenta la feria según le va en ella.

Apenas se han calmado las aguas de la marejadilla provocada por la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la conveniencia del estado de excepción o el estado de alarma en la lucha contra la pandemia, pero a mí no se me va el sonrojo. Hago gracia al lector de reproducir algunas de las frases que los políticos han dedicado al fallo, que han convertido esta pieza jurídica en objeto de un chiringuito futbolero. Los que aplaudieron, tararearon el himno nacional (campeones, campeones…) y hasta brindaron varias veces cuando España se clasificaba con un empate y penaltis para una semifinal europea, se rasgan las vestiduras porque la sentencia negativa para el Gobierno prosperó por un voto de diferencia. (La toga es incómoda para tirar penaltis, me dicen los que saben de fútbol, o sea, todos).

Sinceramente, a mí, de ese trance del Tribunal Constitucional lo único que me ha preocupado es la desenvoltura con la que se afirma que tal o cual miembro del Ejecutivo intentó y acaso consiguió, hablar con algún miembro del Tribunal y no precisamente para invitarle a participar en una porra sobre la final de la Eurocopa. Se han dado nombres y quienes responden a estos nombres no lo han desmentido.

La velocidad de los acontecimientos nos hace olvidar pronto lo que decían apenas hace unos meses esas mismas personas o cualesquiera otras intercambiables, sobre la sentencia del Tribunal Supremo sobre los ahora redimidos independentistas catalanes, o lo que opinan en este minuto sobre la actitud de rebeldía del húngaro Victor Orbán y del polaco Jaroslaw Kaczynski frente al Tribunal Europeo de Justicia, cuando les apremia a que restituyan en su integridad la separación de poderes, el estado de derecho y el imperio de la ley en sus respectivos países, como exigen los Tratados de la Unión Europea.

Parece evidente que los políticos españoles (y algunos europeos) no sienten el menor respeto por los Tribunales, que no es lo mismo que por la ley, pero se parece bastante. Tan poco respeto como para hacer de una renovación reglada de los órganos jurisdiccionales no ya papel mojado, sino papel higiénico. Azuzan a Úrsula von der Leyen para que cruja a multas a los rebeldes, pero se parapetan si, como ha pedido la vicepresidenta de la Comisión, Vera Jourova, los políticos españoles no ponen en orden el sistema judicial, nombrando un Consejo General de una buena vez y renovando los cargos amortizados del Tribunal Constitucional.

El cinismo medio de los políticos españoles del presente hace bullir en su tumba al propio Antístenes, aquel que enseñaba en kinos argos. Nunca pudo imaginar tantos seguidores veintitantos siglos después.

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