¿La gran novela americana?

19/10/2011

Daniel Serrano.

667 páginas después cierro Libertad y me froto los ojos y me pregunto qué demonios se me habrá escapado. ¿Es esta la obra maestra que sedujo a The New York Times Book Review, El País y la revista Time (que  dedicó su portada a Franzen como si de un nuevo Balzac se tratase)? Supongo que si uno aspira a no quedar como un idiota ha de sumarse al aplauso y destacar los matices y lo de los pajaritos y la radiografía moral y Tolstói y, qué coño, Dostoievski y la monserga de la Gran Novela Americana.

Bien. Soy incorregible. Así que, damas y caballeros, hablaré claro: Libertad me ha provocado una profunda indiferencia. Me ha entretenido a ratos, me ha emocionado débilmente en las últimas páginas, me ha proporcionado algún fragmentario placer lector el relato de amor a tres bandas que vertebra la novela y, sí, resultan de interés algunos apuntes en la narración que tratan de explicar qué son y que han sido los Estados Unidos y hacia dónde se dirigen en este convulso siglo XXI donde, con las Torres Gemelas, se desplomaron muchas certezas. Otra cosa es que Libertad cale hondo. Otra cosa es que, siquiera, yo haya captado en toda su amplitud qué pretende contar Franzen tras tantas páginas. Y admito que tal vez se trate de incapacidad por mi parte. Pero sospecho que no soy el único disidente cuando leo a Eduardo Lago, escritor y certero analista literario, la siguiente valoración: “Que Libertad es una novela excelente no lo niega nadie, aunque no sea una obra maestra (…). Ni siquiera es la mejor novela publicada en Estados Unidos en 2010 y, de hecho, no logró alzarse con ninguno de los grandes premios, todos ellos de una limpieza indiscutible”. Eh, eh, ¿entonces? ¿De qué estamos hablando?

Estamos hablando de un novelón con cierto tufo decimonónico cuyo relato se construye en forma de retrato de una familia del Medio Oeste estadounidense. Están Walter y Patty, jóvenes de los 70, matrimonio de convicciones progresistas, habitantes de barrio residencial. Y están los chicos, Joey y Jessica, jóvenes de los 90 y el 11 de septiembre, conservadores y pragmáticos. Está también Richard Katz, el rockero con el que el matrimonio protagonista dibuja un complejo triángulo de amores cruzados. Y los padres de Patty, judíos liberales de inquebrantable fidelidad demócrata. Y la familia de Walter, pura basura blanca de los Apalaches. Y así tenemos los ingredientes y personajes de un drama contemporáneo que marcha adelante y atrás en la historia de América a través de las vivencias de dos troncos familiares.  Y nos hallamos también ante la enésima disección de la clase media estadounidense. No al modo melodramático de Yates ni mediante la crueldad alcohólica de Cheever  o la oscura brutalidad de Updike sino de otra manera. Sin grandilocuencia, sin grandes alardes estilísticos, sosteniendo el relato a fuerza de sucesos y digresiones y descripciones morosas, como los rusos, ya sabéis, Guerra y paz, libro sagrado al cual convenientemente se menciona en el texto y revela a su protagonista femenina la gran tragedia del mundo y la belleza del universo también, ambas cosas, claro, por supuesto.

Franzen apuesta al riesgo de vestirse con viejos ropajes, ejerce de reverso frente a su fallecido amigo David Foster Wallace, tan ávido de experimentalismos y juegos y trucos; el único truco de Franzen es escribir y escribir página tras página y contarnos una historia de amor (tal vez varias) y señalar la belleza que se esconde en la fragilidad de un ave minúscula que viaja de hemisferio a hemisferio para amarse en la primavera de los bosques caducifolios de Norteamérica. El problema, mi problema con Franzen, es que sus palabras no producen un impacto real en mi alma lectora. Concluida Libertad sus contornos se difuminan; Walter, Patty, Richard, Joey, Jessie, todos ellos se desvanecen en la niebla.

Incluye el libro, eso sí, algunas reflexiones interesantes acerca del mundo en que vivimos. Sobre internet y la televisión: “Nunca hay un centro, nunca hay un acuerdo comunitario; sólo hay un billón de pequeñas fracciones de ruido que nos distrae”. Acerca del embuste del artista pop comprometido: “Sé que acabo de reirme de Bono, pero él tiene más integridad que todo el resto del mundo de la música junto. (…) En plan, sé un hombre, échale un par de huevos, admite que te gusta formar parte de la clase dominante, y que harás lo que sea para consolidar tu posición en ella”. Para explicar qué es Estados Unidos: “Virgina Occidental era la república bananera de la nación, su Congo, su Guyana, su Honduras” .Nueva York: “Las chicas vienen todas a trabajar en el mundo editorial y el arte y las ONG –dijo él-. Los tíos vienen por el dinero y la música. (…) Las chicas están bien y son interesantes, los hombres son todos gilipollas como yo”. Washington: “La horizontalidad y las molestas avenidas en diagonal de la ciudad nunca dejaban de horrorizarlo. (…) Los peatones de todos los barrios parecían haber tomado las mismas píldoras de la insipidez. Como si el estilo individual fuese una sustancia volátil que se evaporaba en la vacuidad de las aceras de Washington y las plazas infernalmente amplias”.

¿La Gran Novela Americana? ¿De verdad podemos colocar Libertad a la altura de obras como El gran Gatsby, En la carretera, Las uvas de la ira, las mejores novelas de Philip Roth, Faulkner, A sangre fría de Capote, El guardián entre el centeno?

Difícil me parece teniendo, además, en cuenta lo profundamente fallida que  resulta una de las tramas que construyen Libertad . Se trata de la peripecia amorosa que vive Joey y que deriva en pasajes al límite de lo bochornoso. O tal vez sean mis prejuicios y escrúpulos. Lean y juzguen: “Otro día, a instancias de ella, Joey le describió la consistencia lustrosa de sus cagarros mientras salían del ano y caían en la boca abierta de él, donde, como aquello eran sólo palabras, sabía a chocolate negro”. Bueno, una fantasía del chaval en su época universitaria y en pleno paroxismo de sexo telefónico con una novia remota. Con la cual el susodicho chaval tiene posteriormente el siguiente diálogo:

“- Gracias por follarte a otro –susurró.

-No me fue fácil.

-Lo sé”.

Y lo peor es que al margen de cagarros y gratitud a la chica por follarse a otro no logro descifrar qué sucede en el cerebro de Joey con respecto a su linda y enamorada vecinita y a qué nos conduce su tortuoso camino de infidelidades y desprecios y reconciliaciones.

En fin, la posteridad dirá. Quizá me juzgue severamente y sentencie: Daniel Serrano fue el gilipolllas que rechazó el Moby Dick del siglo XXI. O dentro de un tiempo Franzen nos ofrezca la obra maestra que nos merecemos. O tendremos que inventarnos otra Gran Novela Americana con la que entretenernos mediante densos debates mientras España entera admira por televisión la lujuriosa devastación de una anciana con título nobiliario que baila sevillanas con tiritas en los desnudos dedos de los pies.

Salud.

Libertad. Jonathan Franzen. Salamandra. 667 páginas.

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