La cuarta revolución

14/09/2021

Francisco Javier López Martín.

Las grandes corporaciones, los gurús de Silicon Valley, nuestros gobernantes y hasta los más desinformados de nuestros tertulianos nos invitan a sumarnos alegremente a la Cuarta Revolución Industrial que, con sus nuevas tecnologías digitales, robóticas, sus nanotecnologías, sus biotecnologías, el 5G, el Internet de las cosas y la Inteligencia Artificial serán capaces de derrotar al cambio climático, acabar con la dramática pérdida de biodiversidad, con la pobreza, las pandemias, las enfermedades, las desigualdades y la violencia.

Un día los más ricos del mundo se dan un paseo por el espacio y otro día nos cuentan cómo sería posible terraformar el planeta Marte, mientras seguimos a pasos agigantados marteformando la Tierra. Cualquiera sabe, en su sano juicio, que para salvarnos de la extinción no estamos ante un problema tecnológico sino más bien ante un problema político y de modelo económico.

Los científicos lo saben y de vez en cuando se atreven a sugerirlo suavemente para no provocar las iras desaforadas de los gobernantes y de los poderes económicos que sostienen las instituciones científicas y universitarias. Incluso cuando se arriesgan a plantear con crudeza los problemas a los que nos enfrentamos topan con la indiferencia de los políticos y la sordera de un público que no quiere escuchar.

Pese a todo, cada vez son más los investigadores, los científicos y los profesionales de todo tipo que se atreven a exigir con claridad decisiones políticas y económicas que se enfrenten a amenazas como la pandemia que ya se ha llevado por delante a más de 4´5 millones de personas, el cambio climático, la probabilidad cierta de una extinción masiva, la pobreza en el mundo.

En un mundo dominado por las redes sociales, los medios de comunicación, la publicidad y propaganda, en un mundo sin otros dioses que el dinero y el egoísmo extremo, los mensajes y las ideas se dirigen al estómago y al corazón, no buscan el conocimiento, sino hacernos perseguir ciegamente deseos implantados, mitos insensatos, hasta que sea demasiado tarde y las consecuencias sean ya irreversibles.

El problema es, por tanto, contar, una y otra vez, repetir, narrar la tragedia en la que andamos embarcados y el engaño en el que nos regocijamos. Contarlo en nuestras asociaciones vecinales, en los colegios, institutos, universidades, centros culturales, en las calles, en los centros de mayores, en las comisarías de policía, en las iglesias, en los locales de los partidos, los sindicatos y en cada ONG, en las tertulias poéticas y en los clubs deportivos, o de lectura.

Muchos políticos y actores económicos y sociales pueden pensar que la verdad de la tragedia que vivimos nos puede conducir al desánimo y la apatía, pero nada más lejos de la realidad. La verdad os hará libres, parece que dijo Jesús en el evangelio de Juan. La verdad, por dura que sea, conduce a la acción, no a la indolencia y mucho menos a la pereza.

Los jóvenes nos han enseñado con su frescura que debemos ser apasionados en nuestro relato, en aquello que queremos contar y transmitir. Los hemos escuchado en las primaveras que sacudieron el mundo en la pasada década, ya fueran árabes, parisinamente indignadas, madrileñamente quincemayeras, Estallido Social santiaguero, o revueltas indígenas en Ecuador, o Bolivia.

Lo hemos vuelto a escuchar en el discurso de Greta Thunberg, claro, impetuoso, radical. Un lenguaje al que se han sumado otros muchos colectivos. Ante la dimensión del reto al que nos enfrentamos no podemos desacreditar el mensaje de nuestros jóvenes por extravagante y excesivamente trágico, ni caer en la trampa de creer que sólo lo aséptico y desapasionado nos hace convincentes, porque no es verdad.

Somos seres vivos, nos enfrentamos a un problema que tiene que ver con nuestra propia existencia y las emociones, expresadas de todas las formas posibles, son muy importantes para hacer frente al reto que tenemos por delante, que no será el de la Cuarta, la quinta, o la subsiguiente Revolución sino el de nuestra supervivencia.

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