‘El viaje a ninguna parte’: Las máscaras del héroe

01/10/2021

Luis Martínez del Amo. Ramón Barea dirige la adaptación de Del Moral a partir de la novela y la película de Fernán Gómez.

El viaje a ninguna parte, la adaptación teatral de la novela y película de Fernando Fernán Gómez, en el centenario de su nacimiento, vuelve a las tablas. En esta ocasión, tras el estreno de la adaptación de Ignacio del Moral en 2014 por parte del Centro Dramático Nacional, es Ramón Barea, quien, en la doble vertiente de actor y director, se sitúa al frente de esta coproducción del Teatro Arriaga y el Teatro Fernán Gómez, este último propiedad del Ayuntamiento de Madrid.

Deudora de la famosa película, quizás en exceso, la obra exprime a fondo las posibilidades que le brindan las andanzas de una compañía de cómicos ambulantes por la España sepulcral de los años 50. Un paisaje herido por el hambre y la brutalidad, donde los cómicos, siempre sobre el alambre, tratan de sobrevivir, acosados por la competencia del cine, la radio y nuevas formas de entretenimiento, como el fútbol.

Frente a este telón, y después de un deslumbrante inicio, donde la luz de David Alkorta y la música de Adrián García de los Ojos esculpen una memorable escena, en que los cómicos se incorporan a la ficción, la dirección de Barea engrana su eficacia, por un lado, en la entrañable relación de los cómicos con la realidad y con el resto de personajes que les salen al paso; y, sobre todo, en el regalo del personaje creado por Fernán Gómez, Carlitos Piñeiro, el gallego hijo natural del protagonista de la obra, interpretado este último por Patxo Telleria.

Un personaje del joven Piñeiro que descarna hasta los huesos Mikel Losada, graciosísimo en su interpretación del zoquete. Y que sirve, en definitiva, de contrapunto cómico y alivio de la desgraciada vida de los integrantes de la compañía, armado de una ingenuidad no exenta de sentido común, y de una falta de malicia que choca con las mañas de los pícaros actores.

Tampoco faltan personajes episódicos, como Zacarías Carpintero, interpretado en el film por Agustín González; y aquí, aunque bien sostenido por García de los Ojos, muy forzado por la falta de correspondencia entre la edad del personaje y la de su intérprete, un joven actor al que se obliga, por circunstancias de la producción, a encarnar a un grupo de roles demasiado heterogéneo; a imitación, quizás, de la ficción representada.

Nada grave, no obstante, en este solvente y expresivo montaje, cuya ágil puesta en escena hace girar al ritmo adecuado a la comedia. Y reserva, en su apartado final, un bien traído desenlace, con sorprendentes efectos, que además de reforzar la idea central, la del choque entre la realidad y el deseo, contribuye a aclarar su peripecia, de forma algo distinta a la de la película original.

Una ocasión, en suma, de volver a gozar de la obra de Fernán Gómez en un atractivo montaje.

Recomendable.

¿Te ha parecido interesante?

(+1 puntos, 1 votos)

Cargando...

Aviso Legal
Esta es la opinión de los internautas, no de diarioabierto.es
No está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
Su direcciónn de e-mail no será publicada ni usada con fines publicitarios.