Zapatero es un“elfo cretino” (Juaristi), un “perturbado” (Moa), “desprende el fétido olor de la muerte” (César Vidal), “zascandil, zarrapastroso” (Losantos), “ponzoña pestilente” (Carlos Cuesta) y el peor gobernante desde Fernando VII (Herman Terstch) o Witiza (Amando de Miguel). Resumiendo: “Es que es un señor monstruoso” (Cristina López Schlichting).

En cuanto a Rubalcaba, al pan, pan y al vino, vino: “Es tonto” (Losantos), “da miedo a los niños” (Carmen Tomás), es “verdaderamente repugnante” (Carlos Dávila) y, para colmo, “no mea bien” (Federico Quevedo).

Además, “el país está en ruinas, la nación no existe, el Estado está en bancarrota” (Agapito Maestre), los sindicatos son “fulanas bien pagadas” (Eduardo García Serrano), los catalanes “nos roban, nos insultan” (César Vidal), , los del 15M proclaman “la epifanía del piojo y la liendre, de la ladilla y el chinche” (Eduardo García Serrano), la concepción de la sexualidad de los progres “lleva de modo natural a la pederastia” (Moa) y “Leire Pajín ha engordado” (Alfonso Ussía) y  no sólo eso sino que también“ha tenido que mamar tela en Parla (…), con esa cara de película porno” (Antonio Burgos). Ah, y por cierto, en el Parlamento lo único que puede hallarse son “gentes de la trola, el choriceo y el puterío” (Moa).

Y así hasta mil.

Mil invectivas de la derecha cavernaria patria seleccionadas cuidadosamente por José María Izquierdo y cuya lectura provoca una incontrolable mezcla de aversión, carcajada, repugnancia, espanto y perplejidad. Recurramos al celtibérico lamento: ¿en qué país vivimos? En un país donde la derecha más extrema ha tomado al asalto los medios de comunicación y ha logrado alcanzar una visibilidad  e influencia tan extraordinarias como para marcar la agenda política y dictar el debate público. Y, así, siendo asuntos socialmente zanjados y que no suscitan preocupación alguna a la gran mayoría de los españoles, hemos tenido que volver a debatir en estos últimos años acerca del divorcio, el aborto, la guerra civil, la violencia de género, el papel de la mujer, el derecho a la huelga… Una regresión brutal lograda mediante una lluvia fina que, poco a poco, ha ido calando. La ultraderecha mediática lo ha conseguido y lo ha hecho, entre otras cosas, porque desde la izquierda se ignoró el peligro, se miró hacia otro lado, se eludió la pelea, se adoptó esa actitud de superioridad moral que, en muchas ocasiones, lleva al progresismo a cavar su propia tumba.

Sé que José María Izquierdo nunca fue de los que pensaron que el fenómeno de la pujante prensa ultra era cosa de risa, sin importancia alguna. Por eso lleva tiempo ejerciendo de necesario notario de la vileza con que actúa un cierto tipo de periodismo que, poco a poco, ha contaminado, incluso, a viejas cabeceras históricas de la prensa española.

Hay veces que el exceso en que incurren los moas, losantos, ussías, depradas y demás infame turba nos mueven a la pura risa. Pero, cuidado, amigos y amigas, porque si examinamos sus exabruptos con atención hallaremos tal grado de violencia y desprecio a la democracia que es imposible permanecer indiferentes. ¿Es admisible que Pío Moa afirme que las víctimas del franquismo fueron, en su mayoría, chequistas y criminales? ¿Ha de soportarse que un columnista denigre a una ministra mediante la burla de su aspecto físico sólo por su condición de mujer? ¿Cabe la mentira dentro de la libertad de expresión? Un par de ejemplos sobre esto último. El primero trágico: “ZP impide por todos los medios que se investigue la verdadera autoría de la masacre que le dio el poder (…) ¿Cómo es posible creer que se puede vivir en una sociedad civilizada donde para echar a un partido en el poder matan a doscientos, hieren o mutilan a dos mil y la Policía se encarga de hacer desaparecer los restos?” (Federico Jiménez Losantos). El segundo, bufo: “Zapatero proyecta vender el Museo del Prado. Zapatero proyecta legalizar la poligamia” (Luis María Anson).

¿La democracia, el respeto a la libre expresión ha de entenderse como aceptación del insulto y el embuste? Y lo peor es que no hace falta internarse en la jungla de los blogs marginales y los recónditos medios semiclandestinos de provincias para obtener la dosis diaria de ignominia. Ahí está, en diarios que se consideran (o se pretenden) de referencia, aparentemente respetables y, desde luego, con amplísima difusión. Y, naturalmente, también en la TDT y en las televisiones autonómicas convertidas al sectarismo más intransigente. ¿En qué país vivimos? En un país donde el achique de espacios al que se ha sometido a la opinión progresista ha jibarizado su presencia pública hasta la insignificancia. Fíjense que en las tertulias de derechas ya ni tan siquiera consideran necesario colocar a un tonto útil de la izquierda sentado a la mesa.

Gran recopilatorio de los grandes éxitos de la ultraderecha mediática es este libro de Izquierdo. Y menuda tropa la compuesta los firmantes de tamañas exquisiteces: ex maoístas reciclados (Albiac, Moa, Losantos), vástagos del falangismo histórico (García Serrano), clásicos de la derecha rancia (Carlos Dávila), uno que fue Testigo de Jehová (César Vidal), resentidos (¡todavía!) del felipismo (Amando de Miguel, Martín Prieto), gamberros con ánimo de epatar (Sánchez Dragó, Sostres), analistas de extremismo sobrevenido (Tertsch, Juaristi) y, por detrás, una infantería  jóvenes opinantes que toman argumentos prestados para demostrar su valía ultraconservadora y procurarse el sustento colocándose a favor del vendaval. (Y conste que, como Iñaki Gabilondo señala en el prólogo, en la nómina de cavernarios ilustres los hay -¡ay!- de enorme talento y vasta cultura).

Así es la vida, camaradas, y la izquierda habrá de emprender la necesaria contraofensiva y abandonar su molicie y acometer la necesaria pelea. Mientras tanto, merece la pena entretenerse y aterrarse y dejar que se escape alguna buena risotada con estas Mil frases más feroces de la derecha de la caverna.

Y queden para la Historia Universal de la Infamia Periodística pasajes tan abyectos como este: “Que las niñas de Zetaparo eran dos callos horrorosos lo sabían los más íntimos en la Moncloa, pero ahora se ha enterado toda España. Son de salir corriendo. (…) Ahora me explico que no quiera enseñar a sus niñas. Si yo fuera padre de esas dos criaturitas no las enseñaba por nada del mundo”. Lo escribió Antonio Burgos.