Dinero, actos de fe y de mala fe

28/10/2011

diarioabierto.es.

Resulta curiosa y sorprendente la estrecha relación que la economía y el dinero mantienen con la fe, virtud teologal que nos lleva a creer en aquello que no se ve o que simplemente supera la capacidad de entendimiento de la razón humana.

Antaño la fe nos llevaba a creer que los billetes de banco o las simples monedas tenían un valor superior a lo que representaba el propio soporte y un acto de fe asociado a la cartera nos permitía utilizar el dinero como instrumento de intercambio y para la adquisición de bienes servicios.

Igualmente la fe nos permitía creer que unos títulos valores o unas simples anotaciones en cuenta nos hacían copropietarios de las más variadas empresas y negociábamos con nuestras acciones en el convencimiento de que esos intercambios tenían un valor económico cierto

Incluso en la época de bonanza económica, de las vacas gordas, cotizábamos al alza las expectativas de futuro y nos creíamos que las principales corporaciones tenían un valor – cotización bursátil- que superaba ampliamente el valor de sus activos y de sus realidades empresariales.

Y, a partir de esta fe, todo funcionaba razonablemente hasta que los dueños del dinero, llevados por una extremada codicia y por un profundo desprecio de sus clientes y del público en general, tensaron la cuerda en demasía, abusaron de la confianza de ciudadanos poco informados, pero muy necesitados, que se creyeron las promesas y los cantos de sirena, hipotecando sus vidas y su futuro. Hablamos de aquellos años en los que había que estar muy vivos, atentos y diligentes para que no te colocaran un crédito que no necesitabas y que muchas veces ni tan siquiera podías pagar.

Cuando la mala fe de algunos se impone y domina el escenario económico, se produce una honda fractura y se quiebra la relación de confianza que resulta básica para el funcionamiento del sistema. Hay mucha gente que ha sufrido en sus carnes de forma directa y demoledora los efectos y consecuencia de la crisis, pero otros muchos que, por si acaso, se curan en salud y han prescindido o recortado sus gastos e inversiones.

Más allá de los datos macroeconómicos, de las deudas soberanas, de las primas de riesgo, de la capitalización bancaria, etc., la crisis tiene un aspecto humano, una vertiente emocional que hace que, de tanto acomodarnos a la crisis, acabemos actuando a favor de ella.

Por ello, es preciso de forma ineludible y urgente, actuar para volver a restablecer la confianza y persuadir a la gente de que no está todo perdido, y que, a pesar de todo, todavía hay futuro.

Lamentablemente los apóstoles que tenían que predicar esta buena nueva han estado tardos, lentos de reflejos, y en su largo proceso de intentos fallidos y de aplazamientos sin cuento han ido perdiendo la poca credibilidad con la que contaban.

Al final, más vale tarde que nunca, se han decidido a actuar. Espero que no les entre el miedo escénico y huyan despavoridos.

En los momentos difíciles es cuando hacen faltan líderes que afronten con decisión las dificultades y sepan inspirar confianza. Al final, todo es cuestión de fe.

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