Revoluciones o involuciones industriales

16/12/2021

Francisco Javier López Martín.

El mundo va muy deprisa, o a mi me lo parece. Un buen ejemplo es que el desarrollo tecnológico, la digitalización, la Inteligencia Artificial, hacen posible que vacunas que hasta ahora costaba años descubrir se hayan convertido en realidad en unos pocos meses.

Paradójicamente esa explosión de avances tecnológicos nos ha convertido en seres inseguros, inestables, vulnerables, hasta el punto de que somos víctimas de predicadores, extremistas, populistas y todo tipo de manipuladores. Vivimos un momento marcado por ideologías como la del transhumanismo que ponen en tela de juicio nuestra misma forma de ser humanos, interviniendo en nuestra genética, modificando, o sustituyendo nuestros órganos para aumentar sus capacidades.

Algunas empresas se preparan para ofrecernos un mundo virtual en el que podremos trabajar, socializar, viajar, tener ocio, vivir en pareja. A fin de cuentas lo de realidad virtual es sólo una manera de definir una realidad que nos llega a través de las nuevas tecnologías, pero que es tan real que crea nuevos valores, nos hace actuar de diferente manera, provoca nuevas formas culturales y forja ideas e ideologías.

Las nuevas tecnologías son ambivalentes. Pueden ser adictivas, excitantes, hacernos perder el pudor, al tiempo que pueden ser incontrolables, encerrarnos en nosotros mismos, perder relaciones reales para adentrarnos en mundos aparentemente seguros. Y, sin embargo, también pueden permitir tomar decisiones más participativas, con mayores posibilidades de acertar.

Además, otro de los efectos perversos de las nuevas tecnologías es la desigualdad, la brecha que generan, entre países y en el interior de cada país, independientemente de lo rico o pobre que sea. No es sólo que el número de ricos aumenta, sino que la desigualdad es cada vez mayor entre éstos y el resto de la población, al tiempo que los pobres ven cómo la brecha que les impide acceder a bienes y servicios es cada vez mayor. Mantener el control de sus vidas es cada día más difícil.

Todos lo sabemos, los datos son incontestables, pero no queremos aceptarlos. Tenemos muchos más datos que en ninguna otra etapa de nuestra historia, pero el abuso de esos datos sólo contribuye a que normalicemos la anormalidad, convivamos con lo intolerable, aceptemos lo inaceptable.

La política podría ser más participativa que nunca, pero no es el caso. Las nuevas tecnologías justifican la aparición de una nueva política, pero también una nuevas sociedades que, por un lado, reclaman más protagonismo y participación, pero que se juega en el inestable campo de las redes sociales, donde la confrontación abunda y la participación real escasea.

Podrían contribuir a una mayor calidad de nuestras vidas, de nuestras ocupaciones, nuestros empleos. Los más optimistas nos cuentan que serán muchas las posibilidades que nos abrirán las nuevas tecnologías, que serán muchos los nuevos empleos que surgirán de los teclados de nuestros dispositivos.

Sin embargo no tiene por qué ser así. Lo cierto es que los puestos de trabajo están cambiando aceleradamente y es muy difícil aventurar hacia dónde vamos. Cambian las funciones, las características de los empleos existentes, la propia cultura del trabajo. La alta cualificación exigida en muchos puestos de trabajo convive con la precariedad y los bajos salarios.

Conceptos como la justicia social, la libertad efectiva, los derechos laborales y sociales, la participación, el bienestar de las sociedades, o la participación política, adquieren un peso mucho mayor en momentos como los que atravesamos, si queremos que las nuevas tecnologías permitan un mayor grado de desarrollo humano, en lugar de contribuir a aumentar la inmensa riqueza y el incontrolable poder de unos pocos.

Este debería ser el momento de una verdadera revolución y no de un proceso degradante de involución.

 

 

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