En el siglo XVII un insigne personaje se alzó a la categoría de mito en las tablas españolas. Del rey al vulgo, todos adoraban a Juan Rana, un arquetipo que, partiendo de la figura de alcalde bobalicón, pronto mutó, ganando nuevas formas y matices, siempre en clave cómica, dentro del arsenal de entremeses y piezas breves, que servían de alivio humorístico, intercalados entre las obras de mayor duración de un Lope o un Calderón.

Esa figura se valió de la interpretación de Cosme Pérez para enseñorearse de las tablas. Hasta llenar un sinfín de piezas procedentes de la pluma de los más diversos autores, desde el propio Calderón, hasta Moreto, Quiñones de Benavente y tantos otros.

Ahora, Ron Lalá, la compañía experta en retrotraernos el Siglo de Oro, y actualizar su representación y dramaturgia, con piezas humorísticas que ofrecen además al espectador las claves para entender los usos del teatro de aquella época, se fijan en la figura de este arquetípico Juan Rana, y en coproducción con la Compañía Nacional de Teatro Clásico, arman un gozoso espectáculo, sobre los límites del humor y las amenazas que sobre él se ciernen en el momento actual.

Un jocoso acercamiento al espectáculo total que caracterizaba el ciclo áureo, donde no faltan las bromas y canciones, que, en la forma de jácaras y mojigangas, amenizaban las sesiones teatrales de la época, y continúan haciéndolo hoy.

En esencia el espectáculo reproduce un juicio de la Inquisición a la figura de Juan Rana, que sirve de excusa argumental para poner en pie varios entremeses y fragmentos del citado repertorio protagonizado por el gracioso español. Y donde se alternan temas típicos de teatro humorístico universal, desde la figura del doble, hasta la guerra de sexos, pasando por las diferencias sociales, y tantos otros asuntos que se despliegan sobre las tablas del Teatro de la Abadía, con pasmosa multiplicidad de la mano de un quinteto de actores — Juan Cañas, Íñigo Echevarría, Diego Morales, Daniel Rovalher y Fran García — que lo mismo cantan, que tocan instrumentos o escupen a toda prisa los versos de los citados entremeses, junto a los que compone Álvaro Tato; todo ello dirigido por Yayo Cáceres.

Un goce para la vista y el oído, que el público premia puesto en pie, y que nadie debería perderse.

Muy recomendable.