Otro año de abrazos perdidos

20/12/2021

Carmela Díaz.

 

Otro año que se nos va. Hemos echado en falta muchas cosas: pero, sobre todo, a tantos como se fueron. También disfrutar de la cercanía de los que continúan presentes. Porque entre tanta incertidumbre y la nefasta gestión de quienes nos gobiernan, nos quedan pendientes miles, millones de abrazos: aunque todavía dudamos acerca de si dar la mano, rozar los codos, besar o quedarnos quietos.

Estas dos últimas temporadas la vida nos lo ha puesto difícil y la sensación de pesimismo se está adueñando de muchas personas por multitud de razones, entre ellas, las numerosas pérdidas: de la cotidianidad tal y como la conocíamos; de la imposibilidad de retomar nuestras rutinas; y de tantos como se han marchado sin la despedida que merecían. Más personas de las que imaginamos (incluso los que nos rodean, a pesar de que no seamos capaces de percibirlo), están rebasando esa peligrosa línea en la que sus ojos no son capaces de ver más allá de su propia tristeza.

Llevan meses batallando consigo mismos porque quienes se sostienen de pie, por inercia, no son ellos. Los que alguna vez conocimos se están desdibujado debido a la aflicción que les carcome; el calvario que padecemos los desvinculó de las cuestiones mundanas porque los asuntos que antes nos preocupaban, ahora resultan intrascendentes. Su tormento no responde a una única sensación: soportan una sucesión de pensamientos y sentimientos que les resultan imposibles de manejar, porque conllevan un sufrimiento atroz.

Sus estados de ánimo se asemejan a una vorágine destructora e incontrolable: pasan de la tristeza, a la depresión y a una sensación plena de abandono; se sienten dominados por la desesperanza y el miedo. Les apesadumbra creer que están asistiendo a la aniquilación de su propia identidad, de su existencia tal y como la conocen. Se dejan llevar por la pena sin impedir la expansión de la congoja que los domina.

Semejante carga pesa más en quienes deben enfrentarse a las pérdidas humanas. Es cierto que con el paso del tiempo eres capaz de seguir adelante, pero nunca te sobrepones del todo. Porque no estamos preparados para sobrevivir a aquellos a quienes se quiere más que a uno mismo. Cada cual afronta su duelo como puede. Algunos llegan al límite, pero de todo se sale. Porque nuestros seres amados nunca se van por completo, aunque ya no estén: su esencia permanece, su voz se escucha en nuestros recuerdos y su sonrisa ilumina nuestra memoria cada vez que los rememoramos. Las personas queridas jamás nos dejan porque son eternas en nuestros corazones.

Todos pasamos por ese trance, pero seguimos adelante: es el ciclo natural.  Porque al final, como se afirma por ahí, la vida termina por abrirse paso. Incluso en las circunstancias más adversas. Entre tanta desesperanza hay que encontrar el momento para levantarse. Por el legado de los que se fueron y por nosotros mismos. Echar de menos hasta más allá del dolor, es el precio que se paga por atesorar momentos inolvidables, tantos como se han compartido al lado de quienes nos hicieron felices. Porque cuanto más hermosas son nuestras vivencias, mayor es la sensación de añoranza que nos dejan.

Cuando parecía que la situación evolucionaba, la realidad nos está demostrando que se trataba de un mero espejismo. Pero con cautela, paciencia y esperanza, debemos seguir regalando afecto, aunque sea desde la distancia.

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