El espejo de Scholz

19/01/2022

José María Triper.

Por mucho que los propagandistas de La Moncloa se esfuercen en cumplir la misión imposible de vender las semejanzas entre el SPD alemán y lo que queda del PSOE en España, a Pedro Sánchez le ocurrió eso que dicen suceden a los vampiros, que cuando delante del canciller germano pronunció aquello de “nosotros los socialdemócratas” se miró en el espejo de Olaf Scholz y no vio nada. Ni se reflejaba ni el vidrio mostraba más que el vacío junto a la imagen sólida de su interlocutor.

Porque a Sánchez le ocurre lo que a ese Franco al que tanto recurre y resucita que más que fascista era franquista, como el inquilino actual de La Moncloa que es sanchista y su forma de gobernar responde no a los intereses de España y de los españoles, sino a los suyos propios y a lo que le resulta más conveniente para mantenerse el mayor tiempo posible en el Gobierno. Y mientras Scholz, alemán y europeo, antes que nada, está más cerca de sus homólogos y correligionarios nórdicos e, incluso del portugués Antonio Costa, el jefe del gobierno español se inclina más hacia los tic dictatoriales de Hungría y de Polonia.

De hecho, mientras Scholz ha sido vicecanciller y ministro de Finanzas en el gobierno de gran coalición con los democristianos de la CDU y ahora gobierna con los liberales y los verdes (que tampoco tienen nada que ver con los de aquí), Sánchez se coaliga con los populistas y comunistas de Unidas Podemos y se apoya en los enemigos de la Constitución, de la unidad de España y en los herederos de los terroristas que conforman esa liga de los Frankestein.

Pero, al margen de las diferencias estratégicas, de pensamiento y de comportamiento, de las palabras del canciller y de lo que se ha podido saber de las conversaciones se desprende que Scholz ha venido a España a recordarle a Sánchez que hay que volver a la estabilidad presupuestaria y que se acaba la orgía de déficit y deuda. Como firme convencido del pacto de estabilidad y crecimiento europeo la Alemania que preside está en la recta final para conseguir unas cuentas depuradas con un déficit del 4,3 por ciento y una deuda del 69,7% del PIB. Cifras que se encuentra ya muy cerca de esos 3% de déficit y 60% de PIB de endeudamiento que exigen las reglas fiscales europeas.

Cifras estas de Alemania que contrastan fuertemente con los pobres resultados de nuestras cuentas públicas con un déficit que supera ampliamente el 8% y una deuda que el Banco de España acaba de situar en el 121,5 de nuestro Producto Interior Bruto, siendo además el último país del mundo desarrollado en crecimiento y productividad que reflejaba recientemente la OCDE. Como contrasta también la política de rebajas de impuestos y ayudas directas a las empresas que ha puesto en marcha Scholz, frente a la política fiscal esquilmatoria y abusiva del sanchismo, o la composición de ambos gabinetes, 16 ministros en Alemania, frente los 23 miembros que tiene la macrogranja en que Sánchez ha convertido al Ejecutivo que preside.

Especialmente preocupa en Alemania y en Europa la gigantesca deuda pública que en España sigue creciendo más del 9% anual, que desde que gobierna Pedro Sánchez ha aumentado en 256.000 millones de euros y que con un déficit previsto por el Gobierno del 5%, si se cumple, en 2022 también seguirá creciendo en términos absolutos.

Una deuda pública y corporativa emitida en España que tiene como principal comprador al BCE, cuyas tenencias de bonos españoles ya equivalen a más del 50% de nuestro PIB, organismo cuyo Consejo de Gobierno ha decidido ya reducir paulatinamente la compra de deuda de los estados miembros este año, en unos momentos en que los expertos anuncian que el pago de los intereses va a tocar suelo y empezará a subir poco a poco durante 2022. Y aunque coinciden todos ellos en que la quiebra o el default de la cuarta economía del euro es impensable porque mermaría sensiblemente la credibilidad y la sostenibilidad del BCE y de la propia Unión Europea, si es también general la opinión de que pone en grave riesgo la llegada de nuevas partidas de los fondos europeos y, si llegan, lo harán con muy duras condiciones y bajo estricta vigilancia.

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