‘¡Qué salga Aristófanes!’: Iconoclastia difusa

11/02/2022

Luis Martínez del Amo. ‘Els Joglars’ satirizan la corrección política y el linchamiento en las redes.

 

Els Joglars cumplen 60 años. Y lo celebran con un nuevo espectáculo: ¡Que salga Aristófanes! Son ya 40, bajo la dirección, durante la última década, de Ramon Fontserè, después de que su fundador y primer director, Albert Boadella, cediera en 2012 tal responsabilidad en manos del hasta entonces su principal actor.

Siempre valientes la compañía aborda esta vez un tema de la máxima actualidad y pertinencia. La corrección política y el linchamiento de las hordas de biempensantes, que nutren cada día las redes sociales, siempre atentos a señalar y condenar la más mínima disidencia respecto del discurso imperante. Y a la velocidad del rayo, además.

Se levantan contra ello los catalanes. Aunque, en esta ocasión, les falta el punch que atesoraran durante años, cuando dedicaron sus esfuerzos a levantar feroces diatribas, primero contra el franquismo; luego, y antes que nadie, contra el nacionalismo y sus excesos; sin olvidar finalmente el más risible papanatismo escondido en cierto arte moderno; ahora clavan sus dardos en la corrección política, encarnada por unos gestores culturales, al frente de un centro de reeducación, donde un grupo de locos, a las órdenes de un viejo profesor universitario, defenestrado por no ocultar la parte cruel de la realidad, lleva a escena una comedia clásica, sin ahorrar un ejército de dionisiacos falos o el sacrificio de animales.

Un horror para los gestores culturales, que tratarán de reconducir hacia una mentalidad moderna, y tan pacata como la de los puritanos que arribaron a las costas de Norte América a bordo del Mayflower.

Un estimulante material que, sin embargo, esta vez no logra imbricarse con acierto en los caminos de la sátira. Le falta en ese empeño dignificar sus formas, y darle una hechura artística, a la altura de sus muy oportunas ideas, a fin de abandonar la simple forma de un panfleto.

Tan solo un par de momentos —una escena con una pícara y carnal vedette, además de un jocoso tiros al blanco y un campo de minas; todos ello al final de la obra— aciertan a conducir al espectáculo por esa senda, que debiera haber llevado en toda su duración. Una forma artística a la altura de su contenido.

En el resto, desgraciadamente, falta elaboración, y sobra discuso plano, tanto en las figuras de los gestores culturales; como en general en la mayor parte de lo diálogos y de las situaciones, siempre demasiado pegados a la letra del mensaje, y carentes de esa forma artística, que las hubiera elevado a otro nivel.

Quedan eso sí un buen puñado de elementos muy disfrutables, desde la interpretación del sexteto protagonista —Ramon Fontserè, Pilar Sáenz, Dolors Tuneu, Xevi Vilà, Alberto Castrillo-Ferrer y Angelo Crotti—, si exceptuamos lo ya dicho acerca de los gestores; con deliciosas y farsescas composiciones de los locos; y la muy reseñable escenografía de cuatro planos inclinados, que ofrece un gran juego escénico.

Interesante, pese a todo.

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