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07/11/2011

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Ella no veía. Y yo pensaba en lo oscuro de su mundo. A veces, los compañeros la llamaban “la ciega” y yo pensaba en su nombre. Ella se llamaba Mari Carmen. Tenía el pelo largo. Era buena estudiante. Sacaba buenas notas, yo diría que las mejores notas de clase.

Tenía una máquina de escribir donde iba ella tomando apuntes. Una máquina de esas especiales, que hacía un ruidito y que a muchos compañeros molestaba. A mí jamás me molestó, al revés, me gustaba ese ruido constante, porque le daba sentido a las clases, ese ruido me recordaba que había alguien interesada en lo que la profesora decía, alguien con verdadero interés en aprender.

Empecé a irme con Mari Carmen en los recreos. Mucha gente me preguntaba qué hacía yo con “una ciega”. Jamás dije nada respecto al tema, porque hay preguntas que me parecían absurdas, discriminatorias y no merecían respuesta alguna. Porque Mari Carmen sabía verme, aunque resulte irónico. Ella me veía sin poder verme con los ojos, mientras que muchos compañeros eran incapaces de ver con sus ojos sanos.

Mari Carmen, a veces, me cogía la mano y la acariciaba. Otras veces me palpaba la cara. Me decía: estás triste. Hoy estás triste. Y yo asentía con la cabeza y tartamudeaba que sí. Hablábamos de mil cosas. Ella me daba consejos. Me decía que su mundo oscuro se llenaba de luz con gente como yo.

Hacíamos juntas los deberes. A veces, me explicaba matemáticas, y os aseguro que mejor que nadie. Pensé, aquellos días, en por qué le había tenido que tocar a Mari Carmen aquella ceguera, con lo inteligente y buena que era y las ganas que tenía de disfrutar de todo lo que la vida le ofrecía. Y de estudiar, y de hacer cosas.

Aquellos días supe que la gente te juzgaba por como eras por fuera.

Si eras fea o tímida o ciega eras un despojo humano que nadie quería. Sin embargo, yo me quedé junto a Mari Carmen durante todo el curso. Y tal vez, para la gente fui fea y tímida y ciega como Mari Carmen, solamente porque nos pasábamos los días juntas. Sin embargo me dio igual. Prefería la mirada de Mari Carmen: porque ella me miraba con el tacto de sus manos.

Aún recuerdo su voz cuando me decía: eres especial. Y aún a día de hoy pienso en ella. En si será esa ejecutiva que quería ser. Y me emociono. Y a veces cierro los ojos y lloro.

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