Ante el debate pasteleado

07/11/2011

Luis Díez.

Los debates sirven para saber qué político es mejor actor. A la espera del cara a cara televisivo entre Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba, el cronista ha escuchado el runrún de fuentes potables de que ambos candidatos habrían pasteleado la omisión de los asuntos más escabrosos. Si aceptamos que el final del terrorismo anunciado por ETA queda al margen de la campaña –pese a las alusiones a la derrota realizadas por Felipe González y Alfonso Guerra en el velódromo de Dos Hermanas–, lo escabroso sería el caso Gurtel, el Campeón, el Eregate y otros relacionados con la corrupción de quienes se han acercado a la política para beneficiarse.

Tiene lógica que Rubalcaba no invoque la correa porque ya sabe que al PP no le quita un voto. Y también la tiene que Rajoy no se líe con el caso Campeón de supuestos sobornos a José Blanco y a un primo de Blanco, porque el primo más perjudicado podría ser su amigo y presidente gallego Alberto Núñez Feijóo y, por otra parte, nadie se cree que un ministro que maneja un presupuesto inversor de decenas de miles de millones se pille los dedos en una gasolinera con la dádiva de un perillán.

Si el debate va a ser de guante blanco, ¿dónde está el morbo?, ¿habrá cristiano que lo aguante? Aristóteles dijo que a partir del minuto quince, el espectador pierde el interés por el orador. Y los expertos sostienen que Aristóteles tenía razón. El interés del logos estará en las recetas contra el paro y la crisis, en la forma de mantener los servicios públicos universales, en la fiscalidad y en los compromisos para administrar mejor lo público y avanzar en la eficiencia y la rentabilidad social de tanta atolondrada institución.

Por seguir con Aristóteles, tan importante como el logos (la palabra) es, sobre todo en la televisión, el ethos, el individuo, su actitud, maneras, gestos, ademanes, vestimenta y eso que llaman “lenguaje no verbal”. Cuentan que viejo Bush perdió el debate con Clinton porque con gesto de aburrimiento consultó ostensiblemente su reloj de muñeca y el público advirtió que estaba cansado. Hasta ahí llega la importancia de la compostura, es decir, de no rascarse ostensiblemente nada. Del individuo tranquilo, amigable, que sabe escuchar, contar una anécdota y argumentar con razones y ejemplos se puede uno fiar, y eso es el phatos, el grado de entusiasmo o de adustez que transmita cada cual.

Puesto que ambos conocen al dedillo sus papeles, fijémonos en el su calidad individual y en sus ademanes para evaluar a los actores. Rubalcaba parece más cercano a las situaciones concretas y más ágil de palabra, por lo que puede parecer más agresivo. En cambio, Rajoy aparenta mayor tranquilidad y dominio, por lo que puede parecer más frío y distante. Es de suponer que uno y otros habrán ensayado con sus sparring y que cada cual forzará sus cualidades, por ejemplo, Rubalcaba es una especie de Pentecostés que habla perfectamente inglés, francés y bastante alemán, y Rajoy va a necesitar traductores, como Zapatero, lo cual no es malo, aunque en la UE de los trileros siempre sea mejor oír por uno mismo que hablar y escuchar por boca y orejas interpuestas.

Luego, si nos fijamos en las preguntas retóricas, los ataques ab homine, las citas de autoridad y si evaluamos los porcentajes judiciales (de pasado), demostrativos (de presente) y deliberativos (de futuro) de las intervenciones de cada uno, podremos sacar nuestras propias conclusiones sobre quién manejó mejor el debate para hacer prevalecer sus mensajes y posiciones ante el futuro, que de eso se trata, con independencia de la murga de los tertulianos bipaga y tripaga sobre quien ganó, perdió o empató.

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