La verdad es que hacer un debate como éste, con Rajoy y de Rubalcaba y que cueste la friolera de 550.000 euros (una pasta), es de locos. Un programa con un coste de 550.000 euros para dar difusión y hacer publicidad de una Academia de las Ciencias y las Artes de televisión que no se sabe muy bien para qué sirve, y para que los dos líderes repitan de nuevo lo que ya dicen cada día y gratis, me parece un despilfarro.
Yo sé que muchos sabios y listos me dirán que lo de los 550.000 euros (casi 100 millones de las antiguas pesetas) es pura demagogia. Pues bueno, pues me alegro. Y hasta a lo mejor es verdad. Pero no sé yo si este país puede permitirse un lujazo como el de un debate en el que estaba ya todo dicho y sabido.
No entraré a analizar quién ganó. Pero sí hay que reconocer que Rubalcaba peleaba con un brazo atado a la espalda por 5 millones de parados. Y Rajoy ni luchó ni se molestó en luchar. Leyó bien. Es lo que hizo casi todo el tiempo. Y dio la sensación de que lo único que no había leído era su programa. Aunque tampoco parecía tener mala conciencia por ello ni le importaba demasiado.
En cualquier caso, y por mucho que se empeñen los académico de televisión (ésa es otra: cada vez que Campo Vidal decía académicos uno buscaba algún sabio por allí), el debate fue como era de esperar: sin sorpresas, sin chicha y sin limoná. Las encuestas inmediatas realizadas por los medios de comunicación confirmaron lo ya sabido: ganaba Rajoy, tal y como dicen las encuestas electorales.
No quiero cerrar este comentario sin hacer notar que hubo una ausencia clamorosa en los temas tratados. Ni uno ni otro pronunciaron la palabra corrupción. Debe ser éste un país limpio y pulcro en este aspecto. Ambos aspirantes callaron pudorosamente. Mejor pensar que se les olvidó que interpretar que su silencio tiene que ver con la realidad de ambos partidos.
Y otra cosa: No es bueno el bipartidismo. Y debates así lo que hacen es aumentar la sensación de que los demás partidos son meros comparsas, flecos sueltos de un entramado en que lo único que importa es mantener un sistema cómodo e injusto de representatividad.
Vayamos, pues, a los versos. Porque, a pesar de todo, siempre quedará la palabra como escribía Blas de Otero:
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
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