El poso amargo de una ilusión

27/05/2022

Miguel Ángel Valero. Luis Landero transforma "Una historia ridícula" en toda una metáfora del ser humano, con un protagonista que sufre un elevado concepto de sí mismo.

La última novela de Luis Landero no hace honor a su título. «Una historia ridícula» (Tusquets, 283 páginas), que acierta plenamente al ilustrar la portada con un pavo real encima de una silla (fotografía de Catherine Ledner) es el retrato de un personaje ciertamente ridículo, toda una metáfora del ser humano.

Pero la obra del escritor de Alburquerque (Badajoz) no es precisamente una historia ridícula. El planteamiento de Luis Landero es muy original: Marcial no quiere «pecar de orgullo» pero presume de ser «un hombre de ciertas cualidades». Toda una demostración de modestia.

Antiguo matarife, trabaja en una gran empresa de productos cárnicos, y a lo largo de toda la novela se revela como una persona orgullosa de su formación autodidacta. Se regodea en su supuesta elocuencia y en sus planteamientos sobre el mundo, los demás y, sobre todo, sí mismo, su gran preocupación existencial.

El problema es que Marcial conoce a Pepita, una mujer estudiosa del arte, procedente de una familia culta y adinerada, con belleza, elegancia, buen gusto, posición social, relaciones con personas interesantes. Todo lo contrario lo que, en realidad, es él, pero que en el fondo es a lo que aspira, su sueño, porque Pepita no solamente le fascina, sino que encarna todo lo que envidia de la vida.

No obstante, y coherentemente con su elevado concepto de sí mismo, Marcial se embarca en la labor de seducir a Pepita, porque se cree con cualidades y atractivos suficientes para conquistarla.

Luis Landero despliega su brillante prosa para describir esa delirante historia de amor. Marcial, entre sus extrañas relaciones con personajes como Ibáñez o la mesonera, utiliza un cuento escrito por él cuando estudiaba en el colegio para tratar de enamorar a Pepita.

«Una historia ridícula» muestra el despliegue que hace Marcial de sus supuestos talentos para atraer la atención de la mujer de sus sueños, desbancar a los otros pretendientes.

El talento de Landero se desborda al contar la fiesta en la que Marcial es invitado y que resulta ser el momento culminante de «Una historia ridícula».

Ésta termina con un final tan imprevisto que muestra que «ya no hay historias que narren grandes hechos, altos afanes, hechos maravillosos, y de todo el pasado esplendor lo único que queda es eso, los desperdicios, y el poso amargo de un sueño, y poco más».

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