Un recital interpretativo

14/11/2011

María Martín.

Una habitación austeramente decorada. Una cama, una mesa y dos sillas que recuerdan a una celda de una cárcel. O de un psiquiátrico. Un hombre ataviado con una bata blanca. Una mujer con un vestido gris, el pelo suelto. Recuerdos dolorosos, recopilaciones de una vida marcada por la muerte y el engaño. Asesinatos, amor, dolor, venganza, locura, perdón. Todos encerrados en dos personajes que juegan al gato y al ratón con la memoria y los sentimientos. Mitología, enfrentamientos, verdades y mentiras cocinadas en un mismo plato. Todo eso, y más, es Purgatorio, la última obra de Ariel Dorfman que se representa estos días en Las Naves del Matadero, en Madrid.

Lo primero que llama la atención de este montaje es la disposición del escenario y su austeridad, concebidos y aprovechados para jugar con el espectador, para meterle en la historia y romper esa cuarta pared en los momentos precisos, en un acertado intento de apelar a la sensibilidad y las emociones que los espectadores experimentan en los instantes de alto contenido dramático.

A través de diálogos que a veces se convierten en interrogatorios buscando el punto débil del otro, de juegos de seducción imprecisos, la obra va desenrollando la madeja que une a este hombre y esta mujer, de los que jamás oímos el nombre, y conduciendo a los espectadores a la resolución del único misterio posible. Quién esta pareja y qué han hecho en sus vidas que merezca ser analizado con tanto detalle. Poco a poco, gracias al intercambio de roles, y a la perfección casi quirúrgica con la que los interrogadores/doctores encaminan los diálogos, el espectador se encuentra pronto inmerso en una historia que reinventa uno de los mitos griegos más clásicos. Descubrir la identidad de los protagonistas se convierte en un juego, el contrapunto lúdico a una historia cargada de desgracias.

Viggo Mortensen es mejor actor de teatro que de cine. Y no porque en ese medio sea malo, sino porque la cercanía al espectador, y el directo, permite apreciar con más intensidad todo el abanico de gestos y entonaciones con las que acompaña su actuación. Del sobrio, duro, cargante, e implacable interrogador del primer acto, se transforma en un hombre asustado, deseoso de agradar, algo fatuo y competitivo que es en el segundo, cuando cambian los papeles y se convierte en víctima de un verdugo a veces juguetón y cariñoso, a veces inflexible e insensible que Carmen Elías interpreta también a la perfección. Sin embargo, y sin quitar un ápice de mérito al australiano, es Elías la que realmente brilla en esta obra, con sus transformaciones de mujer despechada y enloquecida a la calculadora pero deseosa de ayudar doctora.

Purgatorio no es una obra para cualquiera, pues requiere del espectador no tanto conocimientos sobre la mitología griega (que sin duda ayudan a la comprensión de lo que se cuenta en el escenario) como un deseo consciente e inconsciente de implicarse en lo que se está contando, de compartir las emociones que los protagonistas sienten y de dejarse llevar por su amor y su locura. Sin duda, el gran texto de Dorfman y lo acertado de la escenografía, la música y el vestuario ayudan en esta empresa, que, sin embargo, triunfa de forma incontestable gracias al talento de los dos actores protagonistas. Jamás Viggo Mortensen o Carmen Elías estuvieron tan acertados en sus interpretaciones. Purgatorio es, por todo ello, un auténtico un lujo para los amantes del teatro.

Purgatorio

Las Naves del Español

Madrid

Del 4 al 18 de noviembre

Precio: 22 euros

http://www.mataderomadrid.org/ficha/1123/purgatorio.html

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Un pensamiento en “Un recital interpretativo

  1. Me ha gustado la crítica, y eso a pesar que os habéis equivocado con la nacionalidad del señor Mortensen que es estadunidense (de origen danés) y no australiano.

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