Las fronteras morales y la globalización

15/06/2022

Hernando F. Calleja.

La desastrosa política de rearme arancelario iniciada por Donald Trump hacía temer por la globalización, al menos en su sentido más inmediato, los logros en el seno de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Sin embargo, con haber sido un fiasco, las decisiones del expresidente norteamericano han llevado a poner en el primer plano algo que estaba solapado y que ha acabado por emerger con fuerza  tras la canallesca entrada de las tropas de Rusia (vergonzosamente enmascaradas con el signo de El Zorro) en Ucrania.

Los populismos de izquierda y derecha tienen la globalización como el peor mal, porque interpretan que se trata de una acentuación de la oligarquía dominante a escala planetaria. Abominan de la eliminación de fronteras, no solo las comerciales, porque todo lo supranacional es una limitación a sus ímpetus de poder. Lo hemos visto (y lo vemos ahora mismo). Partidos populistas de la izquierda como Podemos o el movimiento 5 estrellas italiano y de la derecha como Vox o el Reagrupamiento Nacional francés, no quieren saber nada de Europa, porque limita sus movimientos autoritarios en sus respectivos países. El ejemplo más claro lo dan Orbán y Morawiecki.

Con todo, estos populismos que han nacido dentro de países democráticos, nos ponen en una situación aún más débil frente a los regímenes directamente totalitarios, como sin duda lo es China o en trance de serlo definitivamente, como Rusia, Venezuela, o una mayoría de países africanos. La Unión Europea y los Estados Unidos de Biden pueden exhibir tanta musculatura democrática como tienen, pueden mostrar una vía de progreso inherente a su sistema democrático. Poco más. Para los autoritarismos la vida es mucho más fácil. La sociedad está amordazada y sus expectativas están limitadas a la obediencia, al sojuzgamiento y a la pobreza.

El dilema moral desde el mundo libre (término que se ha dejado prácticamente de usar, sin saber muy bien por qué) es cómo relacionarse con las autocracias y dictaduras que menudean por el mundo. En algún momento se pensó que la apertura comercial serviría para ejemplarizar a los ciudadanos con el progreso indudable de la órbita occidental. Incluso se transfirió actividad y conocimiento a estas países, pensando que la reacción sería un acercamiento a los logros materiales y a los valores occidentales. Aquello que tan bien parecía hace unas décadas del reparto internacional del trabajo. 

Ahora estamos asistiendo doloridos al fracaso de aquellas bienintencionadas elucubraciones y decisiones. Los países autoritarios se sienten ya con fuerza para presionar a sus clientes y plantean exigencias a las que cuesta dar satisfacción en términos económicos y mucho más en ámbito de la moralidad, persuadidos como estamos de que sus intenciones no han dejado de ser, en ningún momento, la influencia política y el ventajismo comercial, no para sus países, sino para las oligarquías que los rigen.

Ahora, el cuento de hadas que han montado los presidentes de China y de Rusia es que los países occidentales tienen que entender y compartir que hay otras maneras de gobernar que no son las democráticas, pero que son válidas,(excluyendo los derechos humanos, claro). La peculiaridad de sus regímenes, sobre todo en el caso chino, les han llevado a la primacía del comercio mundial y a un neocolonialismo en África y en América Central y del Sur que asusta. Los populismos y autocracias de estos dos continentes se postran a los pies de China (algunos aún más estúpidos, de la Rusia de cartón piedra que estamos descubriendo).

Europa y Estados Unidos no pueden ignorar la realidad de unas potencias que limitan su influencia y tienen que buscar nuevas fórmulas para relacionarse con ellas, porque lo hecho hasta ahora ha sido engordar ternero ajeno. Tampoco pueden ser ingenuos sobre las intenciones de esos países. La cuestión que a mi entender se plantea es cómo mantener lo que se pueda de los flujos económicos, sin que los recursos que transferimos a esos países se vuelvan contra nosotros y contra sus propias poblaciones.

Difícil ¿no?

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