El cliente no siempre tiene razón

21/06/2022

Cayetana Cabezas.

«No escuches a quienes dicen que es la profesión más antigua del mundo. Esta expresión, introducida en 1888 por Rudyard Kipling para relatar la historia de Lalun, una prostituta india, se ha establecido rápidamente en todo el mundo, convirtiéndose en un cliché utilizado tanto en el lenguaje culto como en el común. En ocasiones ha servido para ironizar sobre otras ocupaciones, como cuando el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, dijo: “La política es la segunda profesión más antigua del mundo. Empiezo a pensar que se parece a la primera”.» (Marzio Barbagli, “Comprar placer”)

Y cierto es que en ambas colisionan lo público y lo privado generando el choque de unas imaginarias placas tectónicas sociales que conformarían los estratos de poder. Lo público existe en tanto en cuanto existe lo privado. Y el poder en tanto en cuanto hay algo o alguien sobre quien ejercerlo. Efectivamente, según el diccionario, prostituir tiene dos acepciones fundamentales; inducir a una persona a mantener relaciones sexuales a cambio de dinero o hacer un uso deshonroso de un cargo, autoridad, alguna cualidad o facultad natural, generalmente para obtener dinero u otro beneficio. Sus sinónimos son deshonrar, envilecer, corromper, degradar. Curiosamente el origen latino de la palabra, prostituere, pro (delante de) stitutus (estar), significaba no solamente ‘poner en venta’ sino también ‘exponer en público’. Abramos aquí el plano del término pues, en forma de homenaje, a ver qué descubrimos.

Muchos son los escritores que han elevado a categoría de arte (la historia y las bibliotecas ese lugar les dan) sus relaciones con mujeres prostituidas; Charles Baudelaire, Walter Benjamin, André Bretón… Ellos encarnan la figura del putero poeta, que ha llegado hasta nuestros días y continúa, no solo vendiendo libros, discos, cine y lo que se tercie, sino teniendo un relativo lugar de admiración y campechanería. Pero volvamos a los muertos, que esos ni juzgan ni denuncian ni se dan por aludidos. Ellos, los creadores, inspirados, viven de lo que cuentan, sin miedo a perder su respetabilidad y condición de hombres casaderos, mientras que ellas, las mujeres prostituidas o sospechosas de serlo, viven de utilizar un “poder” que paralelamente las somete y las silencia; para ello se cuidan de permanecer en la sombra. Hablo en presente porque lo están.

El putero poeta pasa a la historia como una versión idealista de príncipe del pueblo, de sin vergüenza con clase, de canalla atormentado, de vividor instruído. Romantiza su derecho a pagar por que le hagan sentir placer buscando referentes históricos en hieródulas y concubinas, llevando la vista a Afrodita, a Ishtar, a Inanna, (b)analizando la mitología, Vademécum de todos los males y bienes de su mundo. Se parapeta tras las palabras de Homero o Hesíodo, sus colegas literatos, quizás también puteros poetas. Pero es que el orden del mundo, para ellos, tiene un origen y ese origen es inamovible, incuestionable y… ruido de tambores; inevitable. No se va a erradicar la prostitución jamás, piensan a día de hoy los herederos, menos poetas e igual de puteros; como mucho hay que regularla. Como mucho.

¡Como si “esto” pudiera “resolverse” solamente con la ley en la mano! Regular es poner orden y este desorden tiene la raíz mucho más abajo.

Casi, en lugar de al poeta, prefiero al putero rabioso, que solo necesita desfogar e igual le valdría una mujer que una cabra. O al sordo, que no ve tras la piel que araña. Incluso al orgulloso, que presume delante de sus amigotes de cuánto ha durado sin eyacular, ignorante de lo que eso haya supuesto para el cuerpo receptor (con suerte condón mediante) de ese esperma suyo de dudoso valor seminal.

Evidentemente, la celebración de esta eyaculación tardía, nada tiene que ver con extender el placer de ella. El placer de ella no está en el (con)trato (hablado, por supuesto, este es uno de los pocos negocios donde no queda más remedio que dar la palabra y fiarse de la otra persona) que estipula el “pago por favores sexuales”. Un favor, vuelvo al diccionario para arriostrar mi subjetividad, que conozco la longitud de mi lengua, es “un acto que se realiza para ayudar, complacer o prestar un servicio a una persona por amabilidad, amistad o afecto”. Amabilidad, amistad o afecto; no dinero. Luego no favor. El putero no paga por “favores” sexuales. Vayamos desmaquillándole la cara al sistema prostitucional, que es hora de que deje de decir tonterías y se meta en la cama, a poder ser en la suya. 

Walter Benjamin ha firmado cosas como «el amor por la prostituta constituye la apoteosis más completa de la empatía con la mercancía». Walter, querido, me temo que el que escribe no siempre tiene razón y, en este caso, el que paga tampoco.

Sabemos que tener razón, Kathryn Schulz ha escrito un magnífico ensayo sobre ello (“En defensa del error”), es uno de los mayores placeres que existen, ahora, el hecho de pagar por consumir algo me temo que no nos la da. No, el cliente no siempre tiene razón. Lo que probablemente tiene son razones. Pero, ¿no las tenemos acaso todos? Hoy es un día tan bueno como otro cualquiera para dar una patada en el culo a los dichos y centrarse en los hechos. El refranero popular es el saco de lugares comunes en el que suelen encontrar refugio los papagallos, los macarras de la moral, que diría Serrat, y los vagos. Sí, el refranero generaliza y encasilla y esos son verbos de vagos. ¿Estoy yo haciendo ahora ambas cosas?

Puede ser. Y, claro, como esto no es un podcast (todavía), no puedo echarle la culpa a la improvisación, el olvido, el lapsus o la incontinencia. Si estás leyendo esto es porque lo pensé, lo escribí, lo revisé y lo rectifique; estas palabras son las que he dado por buenas. Aunque cierto es que yo habito en la incongruencia, así que aquí, asumámoslo los dos, hoy no encontrarás grandes verdades; pero sigue rascando, hay miles de premios. O espera, quizás sí encuentres una; la verdad está exenta de opinión y los datos son verdad, ¿no? Pues te voy a dar un dar dato:

En el Informe de 2015 sobre Desarrollo Humano se estimó que 4,5 millones de personas sobreviven en condiciones de explotación sexual, mayoritariamente mujeres y niñas, y que el 99´99% de las personas que recurren al sexo venal son hombres.

Es decir, que el sistema prostitucional se mantiene debido a una demanda esencialmente masculina. Apunto que no he encontrado ningún censo sobre hombres prostituidos, probablemente por el tabú que todavía existe entre el colectivo (a priori) cis heterosexual a sus perder privilegios (no hay duda) cis heterosexuales. El deseo solamente se castra, se tilda de pecado, o incluso se condena, en el momento en el que pone en riesgo la estructura hegemónica. Apunta Franklin Leonard que cuando estás acostumbrado al privilegio sientes la igualdad como opresión. Por eso el movimiento feminista, el movimiento LGTBIQ+ (sí, yo también me pierdo con las siglas, por eso procuro preguntar a quien se siente aludido o excluido; admitir la ignorancia es un buen paso para aprender cosas nuevas) y toda la revolución sexual capitaneada por las personas que cuestionan el autoritarismo, son interpretados desde el podium del poder como una amenaza. Y precisamente eso es lo que las mujeres prostituidas no suponen para el hombre que paga por tener sexo con ellas. Claro, él paga, es el cliente, luego siente que tiene razón y, practicando un sexo venal, ratifica y consolida un dominio que, así se lo han enseñado, no debe perder. ¡Mucho menos frente a una mujer! Y heredamos también del arte de la guerra que dividir es vencer, así que eso hacen.

Eso hacemos. Me incluyo tanto en los que trabajan para el cambio en una dirección común como en los que a veces frenan o dividen fuerzas, al fin y al cabo estoy escribiendo esto cómodamente sentada frente a mi tablet mientras veo cómo amanece desde la terraza del apartamento de un hombre al que quiero, con quien mantengo relaciones sexuales deseadas, consentidas, respetuosas y estimulantes para ambos y con el que viajo libremente por todo el mundo con mi pasaporte español. Sí, soy una afortunada.

La persona que haya experimentado sexo con otra persona que no desea otra cosa que gozar y hacerle gozar, sabrá que nada tiene que ver con esa “empatía con la mercancía” que Walter Benjamín inmortalizó en sus escritos. El sexo, por el puro placer de hacerlo, solamente puede darse entre iguales. Iguales en derechos, posibilidades socioeconómicas, opciones culturales, libertades… José Carlos, que te veo venir; el hombre y la mujer, gracias a la vida (venga, o a Dios si quieres) no son iguales. Esto lo desarrollaré, pero no hoy, que los artículos largos no hay Dios que los lea, así que voy terminando.

La abolición de la prostitución lo que pretende es terminar con el rufianismo que somete a millones de mujeres y niñas en todo el mundo, dejándoles poca salida más que utilizar su cuerpo como moneda de cambio para poder seguir viviendo. Superviven gracias a utilizar el mismo don que las somete porque es la mejor opción que encuentran. Abandonan a sus hijos, dándolos en adopción, porque es la mejor opción que encuentran. Abortan, con el riesgo y el dolor que supone, porque es la mejor opción que encuentran. Huyen de su país, arriesgando su vida y la de los suyos, porque es la mejor opción que encuentran. La abolición de la prostitución es un foco sobre la desigualdad del sistema económico hegemónico, sí, pero requiere de una red de cambio mucho más extensa. Debe estar sostenida por una modificación de las leyes de extranjería, un replanteo del lenguaje del sexo, una erradicación de la competitividad como máximo motor del éxito. Y arropada por una educación en la que el dominio no sea un mecanismo de control y el consentimiento y la libertad de todos, sin excepción, sean valores a cuidar en comunidad.

Por supuesto que muchas mujeres se prostituyen voluntariamente. La cuestión es por y para qué lo hacen. Y ellas son las únicas que pueden dar voz a lo que les ocurre, como lo hace el putero poeta cuando escribe sobre ello. ¿Por qué es esa la mejor salida que encuentran? ¿Son felices haciéndolo? ¿Les gustaría que su vida fuese de otra manera? ¿Qué creen que necesitarían, si eso es así, para que ocurriese? Porque razones para ser parte del sistema prostitucional, tienen, de eso no hay duda; ¿no las tenemos acaso todos?

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