La hora del moderantismo

22/06/2022

Hernando F. Calleja.

Desde la contundente victoria de Moreno Bonilla (no estoy muy seguro si del PP) en las elecciones andaluzas, se viene ponderando el talante moderado del reelecto presidente de la Junta de Andalucía. Se valora desde la izquierda más que desde la derecha, bien es verdad. Muchos lo dicen con alivio tras fracasar en su intento de que, ante lo inevitable del triunfo, el presidente andaluz cayera en manos de la ultraderecha, que es lo que más  convenía al multicolor elenco de los derrotados.

Los votantes han interpretado cabalmente la conveniencia y han decidido que un moderado disponga del sosiego necesario para llevar a cabo sus políticas y ya se juzgarán por sus resultados, al concluir el periodo de la legislatura.

El moderantismo no es una ideología. Las ideas políticas, económicas, sociales, etcétera, las incorpora el moderado a su discurso. No hay, por tanto, un pasteleo o un cálculo político, sino un convencimiento, una actitud, una forma de estar permanente. Hay políticos moderados a derecha e izquierda. En la experiencia histórica española hemos tenido ejemplos de mérito. Hubo tiempos en que hubo un Partido Moderado organizado y de gobierno e incluso hay un periodo entre 1843 y 1854 conocido por los historiadores como el decenio moderado. 

Ni entonces ni ahora convendría confundir moderantismo y conservadurismo. Los moderados (cada uno con su mochila ideológica al hombro) se presentan en el debate político de una manera diferente, que huye de los extremismos en lo ideológico y les repugna el exceso. La moderación no renuncia al progreso, diríamos que lo acompasa; lo hace más realista y más posibilista.

En este punto, ¿qué haría un moderado en la situación económica española?

Con una deuda de 1,4 billones de euros y un déficit superior al 5 por ciento, el político moderado actuaría de manera contundente y periodificada en la consecución de un vuelco presupuestario a todo trance. El objetivo de déficit primario cero, sería lo primero.

La fábula de la conversión en derechos inalienables  de lo que simplemente son decisiones administrativas, generalmente con alcance económico, que la extrema izquierda ha impuesto a la totalidad del Gobierno, es justo lo que el moderantismo no habría aceptado nunca. Ahora hay que tratar de salvar las circunstancias adversas para una parte muy importante de la población, que sufre las consecuencias sucesivas de la pandemia, el freno obligado por la guerra de Putin contra Ucrania, el menor crecimiento y la inflación. Proveer a estas necesidades urgentes es una obligación para los gobiernos en los distintos niveles del Estado, pero esas decisiones justas no acreditan un derecho permanente para nadie.

El  político moderado, hurga en sus presupuestos, aplaza gastos menos urgentes, elimina partidas superfluas, y negocia en lo posible otros compromisos para allegar recursos a la satisfacción de esas necesidades perentorias de los ciudadanos con menos capacidad económica. Solo después de ese escrupuloso control admitiría el moderado un aumento de los gastos, si fuera necesario. El moderado, en suma, tomaría decisiones ejemplares para la población, en orden a que los ciudadanos sean capaces de asumir compromisos que coadyuven a la mejoría económica de todo el país, mediante pactos equilibrados.

En la coyuntura actual, el moderantismo gana adeptos con la misma velocidad que los extremismos los pierden. Así parece.

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