Orgullosa resaca

05/07/2022

Cayetana Cabezas.

“Por eso, me declaro en favor de la alegría. Y lo mejor que puede hacer el hombre en este mundo es comer, beber y divertirse, porque eso es lo único que le queda de su trabajo en los días de vida que Dios le da en este mundo.”
(La Biblia, Eclesiastés 8:15)

Cayetana Cabezas

Cayetana Cabezas

Mis resacas tienen un componente nostálgico que las convierte en pequeñas jornadas de reflexión. Hablaré de las mías porque son las que conozco. A veces imagino que esto, más que una cascada de pensamientos propios tratando de hablar de lo colectivo, son pensamientos colectivos que hablan de lo propio. Lo tuyo, lo mío, lo nuestro. Como la RAE, que, aunque a veces no nos represente, es un poco nuestra. Según ella (según ellos, puesto que, de cuarenta miembros, solamente seis son mujeres; esto es un 15%) el término resaca, en sus diferentes acepciones, hace referencia al “estado poco operativo después de haber regado el cuerpo con alcohol”, a la “fuerte retirada de las olas”, o al “período de adaptación a la normalidad después de un acontecimiento o situación especiales”. La normalidad; ese campo de excepciones. Esto último no lo dice la RAE, lo digo yo.

La celebración de las fiestas del Orgullo, aunque no todo el mundo sienta que tenga cosas que celebrar, deja ahora paso a un silencio en el que escucho mejor la letanía de las críticas al por qué y al cómo de estas jornadas. Los “días de” sirven para recordarnos, unos a otros y cada uno a sí mismo, que, socialmente, algo requiere especial atención o cuidado porque no está “normalizado”. De nuevo ese concepto queriendo encajarnos a una mayoría dentro de un lugar reconocible y delimitado. La peor interpretación del “juntos somos más fuertes”. Etiquetamos para no tener que asumir que todo cambia. Claro, lo que cambia asusta porque no nos da tiempo a crear una defensa para un posible ataque. Definimos por miedo a que lo que no entendemos pueda definirnos a nosotros. Creamos “la norma” para sentirnos protegidos en ese lugar inventado al que llamamos, sin contar con todo el mundo, “lo normal”. Nos escudamos en conceptos que ignoran que funcionamos como un todo, de la misma manera que nos dejamos amparar por fronteras que, se supone, nos protegen.

Caer en el lado amable de la vida es un privilegio que puede resultar encantador en el sentido más anestésico del término. Si porque crees que un dolor no te toca no tienes responsabilidad al respecto, yo creo que te equivocas. Hablar de injusticias por territorios no es justo. Las fronteras que los designan no lo son y la justicia somos todos. Pero si tras el estallido de la última pandemia mundial no hemos entendido que poner puertas al campo es lo más pretencioso en lo que se ha empeñado el ser humano, tal vez sea verdad que el que calla ya es traidor. La sordera y la protervia campan a sus anchas; no podemos ser tan egoístas como para, desde nuestro sofacito reclinable, decir que está todo hecho, que esto o lo otro solamente ocurre en tal o cual país, y que qué más derechos quieren ahora estos, aquellas y los de más allá… y además pensarlo.

Apunta Franklin Leonard que, cuando estás acostumbrado al privilegio, sientes la igualdad como opresión. La revolución sexual (porque lo que parece que está en juego en todo esto es la perpetuación de la humanidad tal y como la conocemos) capitaneada por las personas que cuestionan el autoritarismo y el sistema familiar establecido, son interpretados desde el podium del poder como una amenaza, cuando en realidad son las millones de voces de los también habitantes de este planeta que, hasta nuevos descubrimientos, mal que le pese a alguno, nos toca compartir.

Y no, claro que no todos los que estamos de acuerdo en esto estamos de acuerdo en todo. Ni todo el colectivo feminista ni el movimiento Black Lives Mattter al completo ni el 100% del colectivo LGTBIQ+ quiere exactamente lo mismo en todos los aspectos de sus vidas. ¡Pero si hasta los miembros de un partido político, que proporcionalmente son muchos menos, y se supone que se unieron bajo unas siglas por su afinidad, requieren de la disciplina de partido para votar lo mismo! Por cierto, hablando de siglas, que parece que molesta que estas se transformen (una vez más el miedo al cambio), repite conmigo: Colectivo LGTBIQ+ . ¡¿Ahora Q+?! Sí, ahora Q+. Ponte las pilas, Jose Carlos. Yo también me pierdo, pero mientras haya personas que lo necesiten, se sumarán sus opciones. Al fin y al cabo, ¿qué te va a ti ni qué te viene lo que otros sean, quieran o amen? Que no eres menos hombre (o menos mujer, Montserrat) porque otros sean algo para lo que la RAE no ha encontrado todavía definición. Que todo esto, si no quieres, no va de ti. Ni estás en juego, ni estás en riesgo. Es más, ni siquiera estás, si no quieres estar. Que otros tengan más derechos, a priori, si no estás sometiendo a nadie, no debería tocar los tuyos. ¿Ves qué maravilla esto de la libertad, que no te obliga a ser quien no eres?

En mi mundo ideal, en el que yo tecleo solamente por placer y tú te dedicas mejor a leer a Saramago, a Gornick o a Zweig, no hace falta que yo diga esto que digo, mucho menos que lo escriba y, desde luego, no hace ninguna falta un día del Orgullo. En este lugar imaginario, celebrar no implica la excepción sino la regla, y beber para ello, por fin, aleluya, no da resaca. Es más: Aquí, la resaca (señores académicos y señoras -seis- académicas, propongo por si quieren ampliar la definición) es solamente un recordatorio para no olvidar qué es lo que se ha celebrado. Se llamó “Orgullo” al movimiento porque la primera dificultad estaba en que, esta manera de entender el amor y la sexualidad, era (todavía lo es, a juzgar por las declaraciones de algunos políticos en activo) algo de lo que avergonzarse, alejarse y cuidarse. Un estigma a ocultar, a esconder, a negar, a curar. Lo que en estas fiestas se señala, se reivindica y se celebra es, no solo la imposibilidad de una vuelta a aquellos tiempos de silencio y castigo (todavía amparados por la ley en muchos países), sino la necesidad de seguir conquistando que la “normalidad” seamos todos, sin excepción. ¿No quieres celebrar? No celebres. ¿No quieres casarte? No te cases. ¿No quieres abortar? No abortes. Pero, por favor, no hables en nombre de Dios, padre, según dices, de todos nosotros, interpretando a tu antojo las palabras de un libro escrito hace miles de años por vete tú a saber quienes, cuántos y cómo. De ningún Dios, le llames como le llames. Los que no creemos en la interpretación que se ha hecho de las Sagradas Escrituras tenemos tanto derecho a ignorarlas como el que cree en ellas tiene a practicarlas. No utilices algo tan delicado y tan sagrado como la fe como excusa para robar libertad y calma a otros cuerpos, que, si en algo te ofende lo que son o hacen, quizás tenga más que ver con el miedo que te da lo que desconoces, o incluso con todo lo que tú no dejas ser y hacer al tuyo. Sí, tu cuerpo. Sobre el que yo, Dios me libre, ni opinaré ni legislaré. Vamos, con lo corta que se me está haciendo la vida, muy boba o muy mala persona tendría que ser si ocupase un minuto de mi tiempo en ello.

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