En El Ancla la cantidad no rivaliza con la calidad

23/07/2022

Miguel Ángel Valero. Su terraza, rodeada de naturaleza y del lago de la Casa de Campo de Madrid, hace sentir al comensal más cerca de las vacaciones de verano.

Hay algunos restaurantes donde se puede comer mucho. Incluso demasiado. Y hay otros donde se puede comer bien. Incluso muy bien, sin que la cuenta corriente tenga por qué sufrir grandes quebrantos. Pero hay muy pocos lugares donde se puede comer mucho y, al mismo tiempo,  muy bien.

Uno de ellos es El Ancla del Lago, en la Casa de Campo de Madrid (Paseo María Teresa, 2; reservas: 91.334.36.07). Pantagruel, y su legendario apetito, saldría de su terraza más que saciado y satisfecho. Pero también disfrutará de la comida el sibarita más exigente. Porque allí la cantidad no rivaliza con la calidad, sino todo lo contrario.

El Ancla del Lago tiene argumentos más que suficientes para contentar a unos y a otros. El primero, el lugar. Se ha convertido, con todo merecimiento, en uno de los lugares de moda porque su terraza, rodeada de naturaleza y del lago, hace sentir al comensal más cerca de las vacaciones. Y de la felicidad.

Platos de El Ancla del Lago. (Fotografías de Montserrat Merchante).

Es un  lugar para todas las propuestas: desayunos, brunchs, almuerzos, comidas, los innovadores ‘tardeos’, y cenas. Con capacidad para 150 personas, es ideal para encuentros familiares después de un paseo por la Naturaleza, y para comidas de empresas, pero también para reuniones más íntimas, disfrutando del atardecer en la Casa de Campo.

La carta de El Ancla sabe a chiringuito de verano, pero del bueno, con sus pescaitos, chipirones, sepia, rodaballo, o el magnífico pulpo. Pero, sobre todo, es apreciada por la rotundidad de sus platos preparados al carbón: la parrillada de buey, el chuletón de ternera de 1 kilo, o el lenguado. La lista es amplia.

También es valorado El Ancla del Lago por sus arroces: con bogavante, soberbio, sabroso y caldoso. Insuperable. Pero hay más: con carabineros, negro. Todos, abundantes y más que suficientes para dos personas.

El comensal, nada más sentarse, se encuentra con el aperitivo, que está desapareciendo de muchos restaurantes, pero desde luego no de éste. Y una cerveza bien tirada, fresquita, algo que tampoco se encuentra fácilmente en Madrid, por desgracia.

Luego, una gigantesca ensalada de ventresca de bonito, que llama la atención no solo por el tamaño sino por lo buena que estaba.

Cuando no había terminado de saborear este magnífico primer plazo, un paté con mermelada de naranja. Para chuparse los dedos. Un gran acierto de la carta.

Había que pensar en hacer sitio para el segundo plato, pero antes de tener que decidir entre la variada oferta de El Ancla del Lago (el trabajo más complicado para el comensal), unas grandes croquetas de jamón con bechamel. Deliciosas.

Para rematar el opíparo y suculento banquete, el magnífico pulpo braseado, también un gran plato (en los dos sentidos, por su tamaño y por su excelente calidad).

Y aún quedó hueco para el postre. Luego, un paseo por la Casa de Campo para saborear del fresco de la Naturaleza y para bajar la comida. Una jornada redonda.

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