Síndrome prevacacional

20/07/2022

Cayetana Cabezas.

Cayetana Cabezas

Cayetana Cabezas

Hablo con mi madre por teléfono para contarle que estoy empezando el próximo artículo y me dice que debería dejar de escribir sobre temas controvertidos, que lo que la gente necesita ahora es reírse. Sé que, cuando dice “ahora”, se refiere a este período preapocalíptico por capítulos que estamos atravesando. Tú tienes sentido del humor, insiste. Úsalo, ordena. Y a una madre habría que hacerle caso siempre. Una madre sabe; ha aprendido a base de serlo. Madre, digo. Yo no lo soy, así que aprendo de otras maneras y mucho de la mía. De mi madre y de mi manera. Ojalá pudiéramos todos hacer lo que realmente necesitamos y no lo que toca, pienso. Espera, ¿lo que toca? ¿Qué digo? ¿De dónde viene tanta resignación? Chica, que es verano; sacúdete un poco el deber de tus causas, tus activismos y tus opiniones y haz feliz a tu madre. Escribe sobre cosas hermosas y livianas. Pon en pie tu gracejo, tira de ironía. Venga. Voy, pero antes pásame a papá.

Y me lo pasa. Y cuando le pregunto cómo está, mi padre contesta: Aquí, neniña, peleando, ya sabes, lo que toca. Lo que toca, me dice. Tenemos integradísimo que vivir requiere el deber del esfuerzo, que hay que “ganarse la vida”. Ganarse la vida, ¡tremendo pleonasmo! ¿No es vivir acaso ya ganar? ¿No es un éxito solamente aterrizar sano y salvo en el mundo? Yo diría que, con los años, lo que hacemos es más bien perder la vida. Y ni siquiera eso lo tengo tan claro, fíjate. Lo que sí invertimos por el camino es tiempo. Horas y horas enfocadas a demostrar que merecemos, no solo seguir vivos, sino además disfrutar de ello. Aprendemos que vivir implica sacrificio. La anquilosada culpa cristiana asoma cada vez que el placer se escarrancha. Por cierto, pocos verbos hay que, fonéticamente, hagan tanto honor a su significado como escarrancharse. Batallamos (ojo, el léxico bélico y competitivo no nos abandona) con la culpa cada vez que posponemos una tarea. Eso sí, lo llamamos procastinación, a fin de sentirnos amparados bajo la frivolidad de la tendencia. Abusamos de términos que, la gran mayoría, hemos empezado a usar hace solamente unos meses. Buceamos en redes sociales en busca de actualidad y metemos en el mismo saco al mindfulness, al running o al total look. ¡¿Qué más da?! Lo importante es tener twitch, aunque no lo uses, y que no se te quede cara de persona poco viajada cundo te mencionan el último trending topic.

Yo soy más de salir a la calle a buscar la vida. No a buscármela, ojo, mi vida me la encuentro en cada decisión que tomo; salgo a buscar las vidas de otros. Para escribir y actuar necesito material. No todo va a ser autobiográfico, que tengo a familia y exnovios con el culo apretado cada vez que me preguntan que en qué ando y respondo que escribiendo. Y es que yo hablo de lo que soy, pero también soy lo que veo, escucho y opino. Tomo calles, plazas y bares, a riesgo de que me llamen cotilla, vaga o malcriada. Yo prefiero llamarme flâneuse. Debe de ser mi necesidad de poesía. Y en mis incursiones en la comunidad, experimento y disfruto, como el flâneur de Baudelaire, el superpoder de la invisibilidad. Aunque los demás no lo vean (mira tú qué paradoja), yo me siento invisible. Sé que no lo soy, me delatan mi pelo y mi risa vulgar. Pero me da igual; he dicho que me siento invisible, no que lo sea. Así que pongo mis seis sentidos al servicio de la causa con todo el goce y el descaro. Soy una auténtica yonqui de lo ajeno.

Señores políticos, atención si ejercen por vocación y lo que quieren es saber más y arreglar un poco el mundo. Tras mi mirilla están sus posibles votantes. Los habitantes de la ciudad, de lo que hablan ahora, quizás por no hablar de cloacas mediáticas, temperaturas extremas y enésimas olas víricas, es de dónde, cómo y con quién pasarán sus vacaciones. Chim pum. Tan sencillo y tan complejo. Claro, tiene sentido. Ante el dolor o la dificultad, uno recurre a los sueños, a la utopía, al horizonte. Lo necesitamos para caminar, ya lo decía Galeano. Y yo digo que cada período vacacional es un pequeño experimento de vida ideal, un deseo pedido al genio de la lámpara, un espejismo del “si yo fuera rico”. Se vuelcan todas las expectativas en treinta días. Treinta días, de trescientos sesenta y cinco que tiene el año. Eso supone pasar un 91,78% de la vida trabajando para considerar descanso el resto. Resto, ¡qué gran palabra para definir este período! Resto suena a migas, a sobras… a croquetas. Bueno, ¡ojalá sonase a croquetas! Y vale que podemos ponernos puristas y sumar al período vacacional los fines de semana, pero, ¿cuántas de esas 48 horas, si es que eres uno de los afortunados que las tiene, utilizas para disfrutar y cuántas para descansar, reponer fuerzas y mentalizarte de que debes empezar de nuevo el lunes a “ganarte la vida”?

Nota mental: Descansar y disfrutar no son lo mismo, aunque disfrutemos descansando.

Utilizamos pues un 91,78% de nuestra vida en “ganárnosla”. Por eso muchos no se plantean mudarse cerca del mar o la montaña. Necesitan estarlo de la oficina. Es lo que toca. Y para ello, el diseño de las ciudades nos propone alojarnos dentro de bloques en los que, juntos pero aislados, ni conocemos, ni conoceremos nunca a nuestros vecinos. Básicamente porque, cuando termina la jornada laboral, lo que la mayoría necesita es su buen happy hour afterwork, su buena plataforma digital, y/o cualquier otro vicio, bueno o no tan bueno, que le desenchufe de la responsabilidad y las preocupaciones. Y, desde luego, no necesita acordarse de que, desde la ventana de su salón, no ve ponerse el sol, o de que no es el sonido de las olas el que mece sus noches de insomnio, sino el zumbido de la M-30. Convivimos a pocos metros de personas de las que no sabemos nombre, aficiones o penas. Es más, no queremos saber. Bastante tenemos cada uno con lo nuestro. Cada una con lo nuestro. Por eso estos treinta días (insisto, el que los tiene y tiene con qué pagarse la huida) son el oro recogido en la mina durante los otros trescientos treinta y cinco. Treinta días que esperamos casi desde que terminan los treinta del año anterior. Como un clavo que saca a otro, sin dejar que la madera entienda que tiene un hueco y cierre la herida. Así nos quitamos el sabor del síndrome postvacacional, a golpe de síndrome prevacacional.

Once meses de sueños que ahora, por fin, se hacen tangibles. ¡Ya estamos en temporada alta! Y ya sé que todo es más caro, pero no me lo recuerdes, que yo no he venido a la temporada alta a sufrir. No es lo que toca. Ya lloraremos mañana. Ahora tenemos por delante nuestros treinta días ganados de va-ca-cio-nes. ¿Planeamos o improvisamos? ¿Nos hacemos los misántropos y presumimos de que nos gusta disfrutar de la ciudad vacía en agosto o escapamos del fundido asfalto, como el resto de los terrícolas? ¿Tanteamos a pareja, a amigos, a amantes? ¿Y por qué no a una divertida combinación de varios? Es importante que el verano sea divertido. ¿Baño de masas en playa o festis varios? Aglomeración va a haber en todos lados, pero sin duda algunos lucen más que otros en stories y whatsapps de grupo. Todas las respuestas son correctas. Depende del día y de lo que cada uno necesite compensar. Porque, al fin y al cabo, ganar es eso, compensar. El esfuerzo con sosiego, el silencio con música, la estructura con caos. La vida con vida.

Pero claro; ¿cómo puede el 91,78% de la vida compensar el 8,22% restante? Matemáticamente imposible. Psicológicamente insostenible. ¿Humanamente ajustable? Al fin y al cabo somos los responsables de la gestión de nuestro tiempo. En teoría, claro. Los idealistas tenemos una tendencia a la teoría prácticamente insoportable. La realidad es que, si uno levanta la vista de su ombligo, verá que no todos nacemos iguales en derechos y deberes. Y, culpas aparte, quizás sea bueno mirar atrás y ver en qué momento se hizo el mundo tan grande para algunos y tan pequeño para otros. Eso es así de toda la vida, ¿verdad, José Carlos? Pues entonces estaremos de acuerdo en que, de toda la vida, no todo el mundo tiene que ganársela. O no con el mismo esfuerzo. ¿Y si barajamos las cartas y las repartimos de nuevo? ¡Mira tú qué bien nos vendría la Apocalipsis para esta nueva partida!

Un destello de fe vislumbro en el horizonte; a través del James Webb las galaxias parecen más cerca y con más posibilidades que nunca. Quizás encontremos en ellas la prueba de que, si Dios existe, no deberíamos seguir metiéndole en nuestras minucias humanas, que bastante tendrá también él con lo suyo. Quizás alguna especie, verdaderamente inteligente, ha evolucionado lo suficiente como para querer tomar el mando planetario y salvarnos de nosotros mismos. Quizás sea cierto que lo que necesitamos es reírnos, como dice mi madre. En cualquier caso, tanto si esta actualidad incendiada (macabra metáfora, disculpa si la estás padeciendo y que te jodan si la estás provocando) es la crónica de una muerte mundial anunciada, como si es el principio de una nueva era que dinamitará los viejos valores, mi instrumento de salvación, hoy, es la escritura. Escribo para sobrevivir. No es la primera vez que te lo digo si no es la primera vez que me lees: Si mis palabras te valen de algo, sírvete, invita la casa. No te preocupes, la lectura no da resaca. Deja que esta melodía se lleve el ruido del hundimiento. No es fácil. Ya lo sé: Sube el combustible, baja el euro, arde el monte y cierran los cines de invierno, sí, pero también se reabren los de verano. Así que insisto, brindemos, por favor; que empiecen las vacaciones. Los próximos exámenes no son hasta septiembre y quizás sea, para entonces, por fin, la esperanza lo que toque.

¿Te ha parecido interesante?

(Sin votos)

Cargando...

Aviso Legal
Esta es la opinión de los internautas, no de diarioabierto.es
No está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
Su direcciónn de e-mail no será publicada ni usada con fines publicitarios.