El Gobierno y la lírica impositiva

14/09/2022

Hernando F. Calleja.

Si no se hubiera muerto, pronto, mal y a traición, enviaría a Javier Marías una carta en la que le pondría al corriente del movimiento de la nueva creatividad  del lenguaje económico que el Gobierno viene introduciendo, no para sacarnos de la ignorancia (que podía ser algo de agradecer), sino para sumirnos en la confusión, cuando menos, y en el error y el horror en la práctica diaria de nuestro oficio.

Resulta que durante los siete primeros meses del año, el Gobierno ha recaudado impuestos  por 22.283 millones más que en los mismos meses de 2021, hasta alcanzar 146.235 millones, lo que representa un aumento del 18 por ciento. Por IRPF (salarios y pensiones, principalmente) recaudó el 17, 8 por ciento más. Por IVA ( incluidos consumos y servicios básicos) obtuvo el 17,8 por ciento más. Por Impuestos Especiales (alcohol, hidrocarburos, electricidad, tabaco, cerveza) consiguió el 5,4 por ciento más y por Sociedades, incrementó los ingresos el 65,7 por ciento más.

Valga este resumen para evidenciar que el Ejecutivo no ha levantado el pie del acelerador impositivo, aunque siga manteniendo un déficit de 21.737 millones, porque su maquinaria de gasto siempre va por delante de los ingresos, por elevados que vayan siendo. Y quiere más.

Pues bien, esta semana, como estoy seguro que conocen, el Congreso de los Diputados ha aprobado admitir a trámite una proposición de ley por la que se crean, lo llamen como lo llamen, dos impuestos nuevos para las empresas eléctricas y la banca. Ya es un demasié que una decisión del Gobierno entre en las Cámaras como proposición de ley de dos partidos (los dos que forman el propio Gobierno) para escamotear el dictamen preceptivo previo de la consulta del Consejo de Estado.

No crean que quiero frivolizar cuestión tan lacerante para el ánimo de la gente como que le expriman sus bolsillos, de ordinario bastante vacíos, sino que voy a intentar que las expresiones más genuinas de la nueva creatividad del lenguaje económico queden como lo que son, un trampantojo. Por ejemplo ese invento justificativo de los nuevos impuestos dicho redistribución del precio de la crisis. No me digan que no tiene su aquel. Nada de un nuevo impuesto, aunque sea temporal, es una re-dis-tri-bu-ción y no del coste de la crisis, sino del precio de la crisis, lo que viene a querer decir que si el coste, más tarde o más temprano, seremos capaces de establecerlo con bastante precisión, el precio lo pone de su cuño el Gobierno y no hay quien pueda rebatirlo.

La falacia de la prestación patrimonial pública no tributaria es pura fantasía.  Si se exige como un impuesto; si lo cobra Hacienda como un impuesto; si en las cuentas tiene el mismo impacto que un impuesto, ¿quién se atreve a decir que no es un impuesto?

Otra de las lindezas del lenguaje es aquella que alude a los beneficios extraordinarios. A lo largo del tiempo, la política monetaria exigía elevación de los tipos de interés, con el consecuente beneficio temporal para las entidades financieras, en tanto que no se vieran obligadas a subir la retribución del pasivo. En ese lapso de tiempo los bancos mejoraban temporalmente sus márgenes y los efectos fiscales de esta mejora se pagaban en las cuentas anuales. ¿quién dice que son extraordinarios? Y sobre todo, ¿quién es capaz de decidir a partir de qué cantidad son  extraordinarios? Lo que sí es seguro es que el monto que representen los extraordinarios en términos fiscales, lo recuperarán las entidades financieras a través de sus clientes, salvo que el Gobierno exija unos topes a los tipos de interés que apliquen en sus operaciones de activo, contra viento y marea.

Lo mismo podíamos decir de los creativos beneficios caídos del cielo. Sin duda una expansión lírica de la nueva creatividad. Como si la energía obtenida del viento o del sol no requiriera de fuertes inversiones en terrenos, en tecnología, en mantenimiento, en mano de obra de cierta cualificación o como si ahora no pagaran sus impuestos correspondientes (además de sufrir una normativa cambiante y borrosa sobre lo invertido). Díganlo pronto y sin rodeos, el aire que respiramos los españoles es del Gobierno y el sol que nos alumbra es del Gobierno, lo que abre la puerta a futuros impuestos a la hiperventilación humana o al bronceado de nuestro cuerpos serranos. ¡Ánimo!

Podría indicarle al Gobierno bastantes cosas en las que emplearse a fondo en lugar de dedicarse a innovar en el lenguaje económico falaz, pero mi modestia y el espacio del que dispongo me lo impiden.

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