En Moscú, he acudido, en representación de la revista Yo Dona, a una de esas noches mágicas que pocas veces se volverán a repetir. Audemars Piguet ha sido uno de los mayores patrocinadores en la reconstrucción del Teatro Bolshoi, que se ha prolongado seis años, cuatro más de lo previsto, y ha superado los 500 millones de euros. Los relojeros suizos tuvieron la opción de invitar a un reducido grupo de periodistas para disfrutar del estreno del ballet La Bella Durmiente, con su primera bailarina Sveltana Zakharova, en el papel principal como Princesa Aurora. La Zakharova es, a juicio de otro bailarín, Igor Yebra, la artista más perfecta técnicamente que existe en estos momentos en el mundo del ballet clásico y, además, embajadora de Audemars Piguet. Los dos hechos facilitaron mucho las cosas.
Esta es la crónica de cómo los grados bajo cero del exterior rompían la barrera del mercurio en el interior. El escenario, con una de las mejores acústicas del mundo, no puede ser más imponente. La cúpula con frescos pintados a mano con las alegorías de las artes; la música, la danza o la poesía parecían mensajeras de buenos augurios. Seis pisos con los palcos más relucientes y dorados del mundo –se han empleado cuatro kilos de láminas de oro en recubrir sus molduras- un patio de butacas que resulta curioso y cómodo porque son sillas de cuatro patas con reposabrazos individuales, no hileras de butacas fijas al pavimento. A pesar de haber reducido el número de asientos, antes se rebasaban las 2000 localidades y ahora son 1700, el palco de Stalin, en el segundo piso, se ha conservado aunque le han quitado el cristal blindado que lo protegía por la paranoia que sufría el dirigente a ser asesinado. La representación de La Bella Durmiente con su primera bailarina Sveltana Zakharova era garantía de una noche mágica, como así fue. Su interpretación impecable no pudo tener mejor compañero que David Hallberg, virtuoso bailarín que por cada cabriole o grand assemblé levantaba las ovaciones más sentidas. Merecidísimas, por otra parte.
La interpretación de este cuento de hadas es soberbia, llena de luz, con una escenografía y un vestuario riquísimo creado en los propios talleres del teatro. Cuenta la historia de la princesa Aurora, que al nacer recibe el maleficio del Hada mala Carabosse por no haber sido invitada a la fiesta que ofrecen sus padres el Rey Florestan XIV y la Reina, con motivo de su nacimiento. Carabosse jura venganza asegurando que antes de cumplir la mayoría de edad, la princesa Aurora morirá por el pinchazo de una aguja. El hada buena Lila llega en ese momento, para combatir el maleficio prometiendo que la princesa no morirá; sólo caerá en un profundo sueño. Aunque los reyes retiran todos los husos de su reino, la bella Aurora –Sveltana Zakharova- se pincha y cae en un sueño, del que solo podrá ser despertada por un príncipe que la quiera. Durante un paseo por el bosque el príncipe Désiré –David Hallberg- se encuentra con el hada Lila en un lago y allí ve reflejado el rostro de Aurora y le pide al hada conocerla. Ella le lleva al país que permanece dormido, ya que el Hada hizo congelar el tiempo en todo el reino. Al besar en los labios a la bella durmiente, esta se despierta y con ella todo el reino. Se casan y el Hada Mala desaparece para siempre. A este cuento de Perrault, le puso música Tchaikovsky y lo coreografió, en 1890, Marius Petipa.
La puesta en escena, como uno de los actos de reinauguración del reconstruido Teatro Bolshoi de Moscú, no pudo ser más espectacular y mágica. A todo ello se unía el vestuario de Franca Squarciapino, ganadora de un Oscar por su trabajo en Cyrano de Bergerac. Y qué decir de esos espacios enormes, esos salones de recepción que cumplen las expectativas de un teatro imperial, el olor a nuevo, las enormes arañas de cristal, los espectadores vestidos con sus mejores galas, previamente dejan las botas de nieve en el guardarropa y se cambian los zapatos, los detectores de metales y la exploración de bolsos en la entrada por soviéticos que no están para tonterías. Y a todo esto decir que la señora Audemars existe y que no pudo ser mejor anfitriona porque aún nos tenía reservada la sorpresa de cenar con la Zakharova. Ella que es tímida y parece frágil, en realidad es como un diamante, a los tres meses de nacer su hija Anna ya estaba en el escenario dándolo todo. Como dice Ángel Corella “es perfecta” y verla bailar es un sueño. Una experiencia única como la precisión suiza. Fue todo tan elegante, que ni me mencionaron la existencia de un reloj especial, creado para la ocasión, el Jules Audemars Extraplano “Bolshoi”. 99 unidades con un calibre 2120, cristal de zafiro, movimiento extraplano y con la efigie del teatro grabada en su maquinaria.
Aviso Legal
Esta es la opinión de los internautas, no de diarioabierto.es
No está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
Su direcciónn de e-mail no será publicada ni usada con fines publicitarios.