La digitalización de los Nadie

28/11/2022

Francisco Javier López Martín.

La digitalización, el uso masivo de las nuevas tecnologías, se nos suele presentar como un río de oportunidades para los pobres y para los países donde viven. Se supone que con menos dinero, menos inversión, menos capital, se podrán conseguir mejores resultados.

El uso de los teléfonos móviles y de las redes sociales permite crear circuitos comerciales apoyados en una publicidad y un marketing mucho más manejables y al alcance de personas corrientes. Bien utilizados pueden servir a los sectores más pobres para crear empleos y para montar pequeños negocios, a veces de carácter informal.

Nos cuentan que la inversión de recursos de las administraciones en estas personas parece que puede ser mucho más eficaz y eficiente, a la hora de facilitar ayudas a las personas pobres. Incluso en situaciones de desastres naturales, accidentes, o catástrofes, la buena utilización de los abundantes datos disponibles, puede contribuir a la agilidad de las actuaciones, evitando más muertes y daños personales.

Sin embargo esta versión idílica y optimista de la digitalización topa con algunos problemas que vamos reconociendo. Es evidente que las relaciones personales, de persona a persona, elegidas, en muchos casos, van siendo sustituidas por relaciones indicadas por un algoritmo que determina con quién, cómo y cuándo debemos relacionarnos.

Los modos tradicionales de vida, la política, los procesos de corrupción y de dirección de las voluntades, del voto, se ven alterados y cambian, pero el clientelismo, las mafias y la corrupción misma, no desaparecen.

La famosa digitalización, en muchos lugares, adopta la forma de imposición colonial por parte de grandes corporaciones multinacionales y de las grandes potencias, del mercado y los gobiernos. Ese consorcio político y económico que traza los designios de cada rincón del planeta.

Hasta el trabajo de muchos funcionarios que antes empleaban mucho tiempo en solucionar problemas de las personas y buscar vías de salida, desde la educación, la salud, o los servicios sociales, se convierte en una sucesión interminable trámites realizados ante la pantalla del ordenador.

Merced a la digitalización, muchas personas que dentro de su pobreza, mantenían satisfactorias relaciones sociales, pueden verse conducidas al aislamiento. El ocio, la vida social, se convierten en escenarios virtuales. La convivencia, la comunidad, pierden su capacidad de facilitar la integración de la persona en su entorno social.

Además, los territorios más pobres coinciden siempre con los que cuentan con peores conexiones a internet y no hablo sólo de la España vaciada, sino de muchos lugares en los que acceder a conexión rápida y fiable es toda una odisea. Las personas pobres acceden a internet con su smartphone, lo cual implica contratar datos móviles, siempre más caros que la conexión mediante fibra y cable.

Es verdad que nuestros jóvenes pertenecen a generaciones nacidas en la utilización de medios digitales, que aprenden casi solos, o de sus colegas, pero ese aprendizaje, en la mayoría de los casos informal, extraída de tutoriales del propio internet se centra en intereses muy concretos. Por eso la alfabetización digital, la educación de nuestros jóvenes en este campo, avanzan mucho más rápidamente entre la población joven y adulta de clase media, o alta.

Algunos se preguntan si la digitalización, para los Nadie, para los más pobres, permite que las nuevas tecnologías pasen a formar parte de sus vidas, si permiten una vida mejor, una mayor capacidad de sobrevivir al caos imperante.

Comienzan a conocerse estudios que valoran en qué medida las nuevas tecnologías destruyen sus tradiciones, o aportan nuevos elementos para reconstruir la convivencia. En definitiva, hasta qué punto producen transformaciones positivas, o si en realidad lo que ocurre es que favorecen que esa pobreza se convierta en un bucle.

Corremos el riesgo de que sólo aquellos que son capaces de organizar el tratamiento masivo de los datos, es decir las grandes corporaciones y los más poderosos gobiernos, serán capaces de concentrar el suficiente poder para decidir por nosotros, pobres, o ricos.

Esta batalla se va a jugar en la capacidad que demostremos para equilibrar poderes políticos y económicos y evitar su concentración en muy pocas manos. Lo primero significa oportunidades para una convivencia democrática, mientras que lo segundo favorece la corrupción y la injusticia.

Si esto ocurre, si las grandes corporaciones toman el control absoluto, quienes tienen más que perder, son los pobres, los nadies, los excluidos, los condenados de la Tierra. Los avances tecnológicos, el crecimiento económico, no garantiza por sí solo, que un futuro digital vaya a convertirnos en más iguales, ni tan siquiera más libres.

Las formas de vida y de relaciones generadas en torno a la pobreza pueden quedar casi intactas tras el paso a la digitalización. Se trata de elegir entre ser invitados, o ser actores propietarios de las tecnologías, dueños de utilizar sus posibilidades para mejorar nuestras vidas.

Creer que la digitalización, las nuevas tecnologías, van a tener efectos positivos sin más, sobre las poblaciones más castigadas y más pobres, es un error, muy común, generalizado y bienintencionado, pero que no responde a la realidad de las diferencias culturales, económicas, formativas, de las relaciones sociales.

El problema, por lo tanto, no es la capacidad de entrar en un mundo digitalizado, sino la posibilidad real de que los pobres, los nadies, sean capaces de poseer esos recursos para mejorar sus vidas y no soportar las formas de vida impuestas desde fuera.

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