El boletus como la vida misma

25/11/2011

Patricio Sesma Granell, restaurador. Llegan las lluvias, llegan los aromas de tierra mojada, llega la caída de la hoja, llegan los colores ocres, llegan los paisajes alfombrados de naturaleza muerta que enriquecerá el suelo y que ayuda a su fiel amigo, el boletus, a esconderse del implacable ser que depreda su hogar, que destroza su medio, que nos conduce a las crisis.

Armados con sus bolsas de plástico, tan crueles para la micología como el dinero de plástico para las familias, se lanzan a los bosques en busca del preciado bien, tan escaso como el crédito a las PYMES.

Por favor señores, cestas de mimbre, que para bolsas destructoras ya tenemos los parqués europeos. Mimbre para llevar acunados hasta nuestras cocinas estos maravillosos manjares de la tierra, estos compendios de sabores a hojarasca y tierra, que nacen en cantidad si llueve en luna creciente y va menguando la natalidad hasta la luna llena; llenas las bolsas en crecientes construcciones, vacíos los cestos cuando los bancos están llenos de moradas.

Buenos mimbres son necesarios para regar la tierra de esporas ilusionantes.

Los hongos y las setas son generosos; en su viaje hacia el paladar y a través del mimbre de la cestas, van regando las tierra para futuras cosechas, no como otros que, en su viaje hacia los paladares de la riqueza, no sembraron, simplemente arrancaron de cuajo todas las posibilidades de vivir con gusto. Por eso los hongos y las setas se recolectan con un cuchillito, con un puntillita, de un cariñoso corte, dando las gracias a la naturaleza y ayudando a su regeneración, nunca arrancando con ansia, que ya vemos donde nos ha conducido la ansiedad.

¡Qué fácil y que sencillo cocinar un boletus! Nada de primas de riesgo, nada de créditos basura, nada de productos tóxicos, nada de recetas políticas, simplemente » nature «, productos de la tierra, aceite, ajito y perejil.

Limpiamos bien el boletus, que no quede tierra, que ya nos dejaron sin ella los especuladores y ahora nos la quieren cobrar.

Troceamos.

En una sartén salteamos el aceite con el ajito y el perejil, a fuego lento, no con la avaricia desmedida de las constructoras de antaño, que no se doren los ajos, que se nos quemarán como las esperanzas de encontrar trabajo.

Una vez hecho el sofrito, una vez que los ingredientes ya han compartido sus virtudes culinarias, añadimos el preciado manjar, tapamos, no como se tapan los políticos los despilfarros, sino como una madre tapa a su hijo cuando va a dormir y no sabe cómo decirle que no llega a fin de mes.

Cocinamos suave, con mimo, con ese mimo que nuestros padres ponían a la vida mientras ahorraban para el futuro, nunca jamás con esa codicia extrema con la que la banca nos provocó para que consumiésemos rápido y caro, y tapamos, que no se vayan los aromas, despacito, con cariño, que no aumente la prima de riesgo de que se nos queme.

Cuando el boletus brilla, su color en marrón negruzco y se atisba una salsa gelatinosa, retiramos, pero antes de comerlo, vamos a rematar el plato, vamos a finalizar la operación, segura, sin riesgo, nada de subprimes.

Nos acercamos a ese frigorífico que han vaciado los políticos, economistas y demás gurús, y cogemos un huevo por comensal, y separamos la yema de la clara. Ponemos los boletus, muy calientes,  en un bol y colocamos la yema encima del montoncito, y si los bancos o el recibo de la luz o la subida del Euribor nos lo permiten, añadimos un poquito, tan poquito como el gasto del gobierno en inversión, de trufa. Servimos y que cada comensal bata y mezcle la yema con los boletus, degustando un plato sobrio, y bien conjuntado como deberían ser las medidas a aplicar para que el año que viene podamos ir con más alegría al monte.

¡Buen provecho!

Patricio Sesma Granell, restaurador

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3 pensamientos en “El boletus como la vida misma

  1. Artículo escrito por mi restaurador favorito, por un organizador de eventos sensacional, por la persona que me sacó del aprieto de tener que encargarme de una boda de 175 personas, franceses, americanos y españoles y salir airoso y con premio (la boda de mi hija. En fin, os recomiendo a Patricio para asuntos importantes familiares y no familiares. Todavía siento gratitud hacia él.

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