Regalando palabras

28/11/2011

diarioabierto.es.

Se llamaba Pablo, y se sentaba en una silla pequeña y plegable, en una calle perdida de Barcelona. Él no tocaba ningún instrumento, apenas hacía ruido y era por ello que pasaba desapercibido. Era casi invisible para el resto del mundo.

Apenas algunas personas se detenían a mirarle. Él solamente, por una mirada, regalaba una pequeña hoja de su libreta llena de palabras. Si cruzabas tu mirada con la suya, te llamaba haciendo un gesto con la mano, y te acercabas y te entregaba una página de su libreta con los versos más hermosos: a veces de amor, de vida o de paz.

Era asombroso, porque este hombre, con tan solo verte caminando desde lejos, era capaz de verte por dentro, de saber cual era tu estado de ánimo, qué era lo que te convertía en una persona triste o alegre.

Y él captaba tu atención y te acercabas, y te decía muy tiernamente que esperases, mientras él, con gran esmero y entrega escribía unos versos, con sus manos trabajadas. Pablo tenía una luz en la mirada que daba luz a la calle oscura, y que, de un modo u otro sabía iluminar tu mundo con esa luz que desbordaba por sus ojos. Y te quedabas allí, con el papel en la mano temblorosa, con un hilo de voz, sin saber, cómo él, una persona que al fin y al cabo no te conocía de nada, podía haber visto tanto en ti.

Pablo solucionó muchos problemas amorosos. Escribió algunos versos para algunos amantes que habían obrado mal con sus parejas, y que querían arreglar el daño o simplemente hacer un regalo inolvidable y especial. Pablo tenía esas palabras exactas, lo que siempre, siempre, la otra persona quería escuchar. Era algo parecido a la magia, pero no era magia, era Pablo. Era él que tenía esa brutal capacidad para transformarlo todo , todo lo malo y todo lo bueno, en palabras que conseguían abrirte en canal los sentimientos y cambiar tu mundo.

La gente le empezó a conocer como el hombre que te solucionaba los problemas y la vida. Y Pablo se dio cuenta de esto, ya que eran cada vez más curiosos los que se acercaban a Pablo directamente y le pedían palabras. Y él siguió entregando palabras durante algún tiempo, hasta que un día Pablo dejó de frecuentar aquella calle, que quedó fría y solitaria. Y desde que Pablo no estaba allí, aquella calle se llenó de señales de carga y descarga y pasó de ser una calle para pasear , a una calle para esquivar a toda costa.

Pablo desapareció. Y la gente poco a poco, fue olvidando a aquel hombre. Sin embargo, yo le recordaba igual que el primer día. Creo que hay personas que nunca deben de ser olvidadas. Y quiso la vida que un día viese a Pablo bebiendo una cerveza en una taberna oscura y perdida. Me acerqué a él y no me hizo falta preguntarle nada, me dijo: Tuve que irme de allí. Tuve que dejar de regalar palabras. Yo podía ver a la gente por dentro y ayudarles, porque ellos no me veían a mí. Sin embargo, desde que acudían a mí con la intención de que les salvase de sus problemas y de sus propias vidas, no supe hacerlo. Y me fui. Porque en el momento que todo el mundo te cree un salvador y quieres que les salves, eres tú el primero que necesita ser salvado. Yo, siendo casi invisible podía dar a los demás, les ayudaba y funcionaba, pero cuando lo que das se convierte en obligación todo cambia y ya nada sirve.

Miré a Pablo y le hice un gesto al camarero para que llenase su cerveza. Bebimos y hablamos de todo, menos de aquello. Supe que Pablo había tratado de salvarse a si mismo, y que cuando lo hiciera tal vez regresaba a aquella calle o a otra, porque sus ojos seguían desprendiendo la misma luz de aquellos días.

Cuando nos despedíamos, Pablo me hizo esperar un momento, sacó una libreta y un bolígrafo y me escribió tu nombre en letras muy grandes. Me miró con sus ojos de luz y con el bolígrafo dio varios toques a la primera inicial de tu nombre mientras me sonreía. Y lo entendí todo perfectamente.

Fui la última, o tal vez, la primera persona, a la que Pablo le había vuelto a solucionar la vida y llenarla de amor. Sin embargo jamás le volví a ver y mira que busqué en las tabernas más solitarias y oscuras.

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