La enfermedad, caballo de Troya del control social

11/01/2023

Francisco Javier López Martín.

El poder de Los seres humanos, pretendemos demostrar nuestro poder, nuestra capacidad de crear, incluso nuevas vidas, a través de la técnica, de la tecnología. El problema es que la técnica no es inocua y puede ser fácilmente inicua. En todo caso no es neutra. Nunca es neutra.

Es más, tendemos a convertir la herramienta, el instrumento, la tecnología, en un valor en sí mismo, en el fin de nuestra existencia. Aquello que nos explica y nos proyecta hacia el futuro. Vivimos seducidos por la tecnología y la tecnología más moderna es la digital, la del manejo de los datos.

El dataísmo  se ha convertido en la moderna religión, una filosofía de vida que se asienta en el uso del big data, la inteligencia artificial, el internet de las cosas. Una religión que conduce a sus fieles hacia el consumo programado y el individualismo. Pocos se preocupan de las consecuencias de cada decisión que adoptamos tomando en consideración tan sólo los datos simplificados sobre realidades mucho más complejas.

El Big Data y la Inteligencia Artificial (IA), aplicados a la sanidad, permiten contar con infinitos datos interconectados. Datos sociales y datos sanitarios que permiten mejorar la detección, diagnóstico y tratamiento en prácticamente todas las especialidades sanitarias.

El volumen de datos sanitarios almacenados hoy en el mundo rellenaría 25.000 petabytes, cuando hace tan sólo ocho años ese almacenamiento era de 500 petabytes. Cada petabyte equivale a 10 elevado a 15 bytes. Un 1 seguido de 15 ceros. Una brutalidad de datos.

Hay quien ha estimado que esa información podría ser almacenada en 500 billones de archivadores de cuatro cajones. Y no son tan sólo historiales médicos. Son pruebas de laboratorio, radiografías, pruebas realizadas con sensores, imágenes 3D.

Tal volumen de datos sólo puede ser procesado utilizando las nuevas tecnologías. De hecho existen ya programas que permiten almacenar la información sobre millones de pacientes en un solo lugar, lo cual  posibilita que los profesionales puedan realizar su trabajo en mejores condiciones.

Las nuevas tecnologías están permitiendo, en definitiva, prevenir, analizar, diagnosticar y plantear tratamientos de forma mucho más precisa. Tratamientos preventivos, incluso antes de que la enfermedad se ponga de manifiesto en toda su crudeza.

Tomando en cuenta que vivimos en sociedades cada vez más envejecidas, la digitalización puede aportar instrumentos que permitan atender y cuidar mejor a nuestros mayores. Desde la elaboración de medicinas personalizadas, hasta los implantes, o la monitorización de nuestros cuerpos para detectar el surgimiento de determinados problemas genéticos, neurológicos, oncológicos.

Sin embargo, estos avances, estas oportunidades, estas ventajas, pueden verse anulados si olvidamos los problemas que pueden surgir, derivados de la gestión no siempre ilegal, pero sí inadecuada, de los datos.

Casos como el Proyecto Nightingale, mediante el cual Google ha recopilado datos médicos de millones de pacientes estadounidenses sin su permiso, o la gestión de la pandemia en algunos países, ponen de relieve los riesgos que afectan a la vida privada de las personas y a la confidencialidad.

Es curioso, además, que la mayoría de los datos que manejan las empresas privadas para desarrollar aplicaciones sanitarias, proceden del sector público, cuando muchas de esas aplicaciones producen efectos discriminatorios sobre la población de muchos países en los que la sanidad pública es inexistente, o no es gratuita, ni mucho menos universal.

Los datos, en un mundo como el que vivimos, son siempre utilizados bajo la justificación de mejorar nuestras sociedades. El problema es que esos datos pueden terminar siendo utilizados contra nosotros. El problema es que puede ser que terminemos por no poder ejercer el derecho al olvido de datos personales que no deseamos que circulen a disposición de cualquier empresa, organismo, institución.

La utilización de la digitalización en la sanidad puede producir evidentes beneficios, pero también puede convertirse en un caballo de Troya que contribuya al control absoluto sobre nuestros datos y sobre nuestras vidas. La digitalización no puede convertirse en una nueva esclavitud. No podemos acabar siendo la fuente de negocio de las grandes corporaciones. No debemos permitir que el médico termine tratando imágenes y datos, olvidando a la persona.

Nuestros datos no pueden acabar convertidos en dinero que pasa de unas manos a otras bajo el control de las cámaras del Gran Hermano de turno. A fin de cuentas, nos encontramos en los inicios de una era y lo que hoy hagamos marcará nuestras posibilidades de gobernar nuestro futuro, o la certeza de vernos sometidos al poder de unas tecnologías que escapen a nuestro control y a nuestro gobierno de pequeños seres humanos.

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