Paradoja política

11/01/2023

Luis Díez.

La política está llena de paradojas. ¿No es paradójico que Pedro Sánchez Perez-Castejón llegara la primera vez a la presidencia del Gobierno mediante una moción de censura contra la corrupción del PP de Mariano Rajoy Brey y que su oponente Alberto Núñez Feijóo escalara puestos hasta la presidencia del PP gracias a la corrupción en su propio partido, precisamente.

Llegados al año electoral de 2023 alguien habría de recordar aquel debate preelectoral de diciembre de 2015 en el que el socialista Pedro Sánchez le espetó al conservador Mariano Rajoy: “Yo soy un político honrado y usted no”. Pasarían tres años y dos elecciones generales consecutivas antes de que la Justicia condenara por corrupción a “título lucrativo” a Rajoy como jefe de la cúpula del PP y la impasibilidad política del entonces presidente del Gobierno llevara al dirigente socialista a presentar y ganar la moción de censura con tan solo 85 diputados, pero con la mayoría abrumadora del Congreso de los Diputados. Alguien habría de recordar el ruego de Sánchez a Rajoy en aquel debate del 31 de mayo de 2018 de que diera un paso y propusiera un sustituto de su propio partido no salpicado por la corrupción.

Para entonces la “tangentópolis” del partido de la derecha (la ultraderecha en ebullición no había emergido como fuerza parlamentaria), los sobresueldos a los dirigentes del PP en dinero negro y las cuentas del tesorero Bárcenas y otros perillanes allende las fronteras habían enriquecido en refranero. En las calles se escuchaba aquel dicho tan patriótico como “España, capital Suiza”. Pero lejos de atender la petición de Sánchez (¿cómo iba a gobernar si solo contaba una cuarta parte de los escaños del Congreso?), Rajoy se ocultó en el reservado de un restaurante de lujo junto a la Puerta de Alcalá y se negó a mover ficha.

Sería el comienzo de un mandato gubernamental del candidato del PSOE, sucesivamente refrendado en las dos elecciones generales de 2019. Los resultados de las urnas cristalizaron en un Gobierno de coalición progresista (el primero en 83 años) que ha convertido a Sánchez en un tipo admirable por el acierto de sus decisiones sociales, su capacidad de liderazgo europeo y una perseverancia encomiable en la lucha contra la desigualdad y la pobreza extrema a pesar de guerras y pandemias. Sería interesante conocer la incidencia de los antiguos dividendos de la corrupción en las políticas sociales. En todo caso los mismos motivos de elogio al gobernante que también ha sabido frenar la tendencia centrífuga catalana sirven a las derechas para denostar su mandato y esparcir aversión a su persona.

En el caso del aspirante Feijóo, la corrupción en su partido ha funcionado como combustible de su ascenso. Haciendo abstracción de su amistad en los años mozos con el narcotraficante Marcial Dorado, el actual líder del PP fue llamado por Manuel Fraga que en paz descanse a la primera línea de la política galega cuando, con ocasión de la desgracia (y nefasta gestión) del petrolero averiado Prestige, el entonces vicepresidente de la Xunta de Galicia, Xosé Cuiña Crespo, considerado el delfín de Fraga, se vio obligado a dimitir por hacer negocio para su empresa familiar vendiendo palas y chubasqueros a los voluntarios que acudían a limpiar el chapapote. Feijóo supo nadar y guardar la ropa, se afianzó en la vicepresidencia de la Xunta y alcanzó el liderazgo autonómico del partido en 2005. Luego, desde 2009 ha ganado cuatro elecciones consecutivas con mayoría absoluta, las últimas en julio de 2020.

Pero habría de ser otra trama de supuesta corrupción en su partido la que le catapultaría a la presidencia del PP. La decisión de su antecesor, Pablo Casado, de pedir cuentas a su correligionaria y presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, por las adjudicaciones a dedo a su hermano de adquisiciones de material básico contra la pandemia del Covid-19, provocó una crisis interna que se saldó con la pérdida de apoyos de Casado frente a la dirigente autonómica triunfante en las elecciones anticipadas para eludir una moción de censura, y el respaldo de los barones autonómicos, Ayuso incluida, a Núñez Feijóo. He ahí su paradójico pecado original.

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