En defensa de la medicina preventiva

04/02/2023

Miguel Ángel Valero. "Es la que no se apoya en fármacos, ni en sus intereses comerciales, sino en estilos de vida, dieta adecuada, y cambios de conductas",< señala el autor.

La obra del doctor Miguel Ángel Martínez-González «Salomones, hormonas y pantallas. El disfrute del amor auténtico, visto desde la salud pública» (Planeta) es muy densa. No tanto por su extensión (443 apretadas páginas) como sobre todo por las cuestiones que aborda: la importancia de saber renunciar a lo inmediato, la búsqueda de lo mejor para la vida, la felicidad en la familia, la pornografía, la opción riesgo 0 en la vida sexual, la píldora, el aborto, la higiene mental, el valor de la espera, la virginidad, el matrimonio, el influencer, entre otras.

El autor no oculta que escribe un libro llamado a suscitar polémica, porque sus planteamientos cuestionan unos modos de vida masivamente aceptados pero no por ellos menos dañinos. Se podrá o no estar de acuerdo con sus propuestas, pero desde luego son aldabonazos en la conciencia, personal y social, y una advertencia sobre la salud pública, gravemente amenazada por unos estilos de vida tan extendidos como perjudiciales.

Como escribe la doctora Marian Rojas Estapé en el prólogo, «coge el libro con papel y lápiz, subraya, aprende y profundiza, no te va a dejar indiferente».

Nada más empezar la obra, el autor muestra sus cartas: «Cada persona es libre, ¡libérrima!, de elegir sus opciones, pero sí deseo dar información y argumentos para que esas decisiones estén bien informadas».

Y lo hace citando a Julián Marías: «Donde todo el mundo piensa igual, casi nadie piensa demasiado».

También desde la polémica definición formulada en 1948 por la Organización Mundial de la Salud, que considera ésta «un estado de completo bienestar físico, psíquico y social y no solo la mera ausencia de enfermedad o achaque».

El doctor Miguel Ángel Martínez-González defiende que «un fin loable nunca justifica unos medios intrínsecamente injustos», porque siempre lleva a «los mayores desastres». Y que «las peores catástrofes de la salud pública se explican por perseguir fines que se antojan excelentes, usando malos medios», o «cuando se adopta una aproximación de lucha de clases (el odio, la confrontación, como motor de la historia)».

No se anda por las ramas cuando acusa a las redes sociales de estar pensadas y diseñadas para «alimentar una adicción». Y avisa que, «desde que genera un perfil, le está entregando al sistema una cantidad ingente de valiosos datos personales, que luego ese algoritmo empleará para manipularlo».

Se inmuniza frente a las críticas con una cita del sindicalista Nicholas Klein en un discurso de 1918: «Primero te ignoran. Luego te ridiculizan. Y luego te atacan y quieren quemarte. Y luego te construyen monumentos».

Y apela también al refranero gallego: «Dios nos libre de las personas con buenas intenciones».

La obra es inconformista, crítica, destroza tabúes, pero reivindica la salud pública como «un movimiento altruista, solidario, que persigue beneficios masivos y muchísima mayor felicidad para toda la población». Por eso, considera que «el compromiso del Estado debería consistir en frenar las presiones estructurales destructoras de estilos de visa sanos».

Deja muy claro que no es un asunto ideológico, sino de medicina preventiva, que «es la que no se apoya en fármacos, ni en sus intereses comerciales, sino en estilos de vida, dieta adecuada, y cambios de conductas».

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