El malestar con Dios ante tanto horror

17/02/2023

Miguel Ángel Valero. Pep Coll muestra, en su espléndida "La larga siesta de Dios", los diferentes comportamientos de los seres humanos ante situaciones como la guerra.

El título de la novela de Pep Coll, «La larga siesta de Dios» (637 páginas, Planeta, traducción de Javier Rodrigo Zudaire) alude al debate, todavía no resuelto (y que posiblemente nunca lo sea), sobre dónde estaba Dios cuando el hombre provoca desastres y horrores como los del Holocausto nazi.

Mientras la barbarie arrasa Europa y la vergüenza se instala en la Francia de Petain, con el Gobierno de Vichy, marioneta, títere y colaboracionista con los nazis, los judíos esperan que Yahvé, el Dios de Israel, se despierte de una vez.

El novelista, obviamente, no toma partido en ese debate sobre dónde estaba Dios entonces, pero la alusión a «la larga siesta» permite adivinar su posición al respecto.

Lo hace mediante una novela coral, compleja, ambiciosa en la estructura, la evolución de los personajes y en los desenlaces, apabullante en la riqueza de sus matices, con una historia profundamente humana, que emociona, muy bien escrita, especialmente las descripciones de los paisajes.

La novela se centra en las peripecias de una serie de personajes, entre los que destacan judíos perseguidos, españoles exiliados, catalanes que huyen de la sangrienta represión de la dictadura del general Franco, franceses y alemanes con comportamientos diametralmente opuestos, durante la Segunda Guerra Mundial en el Alto Garona, una región del sur de Francia, cercana a los Pirineos, que es la frontera natural con España.

«La larga siesta de Dios» muestra cómo hubo personas que, pese a todo e incluso arriesgando su vida, ayudaron a las víctimas de la guerra. Y cómo otras, como el rentista Maurice Delafont, aprovecharon la ocasión para enriquecerse a costa del sufrimiento y de las necesidades de los demás. Y cómo la mayoría opta por la indiferencia, por mirar hacia otro lado.

Uno de los protagonistas de la novela es el «hebreo íntegro y honrado» Samuel Silverstein, un transportista que pierde a su familia tras un bombardeo nazi. Se revuelve contra Yahvé por abandonar de esa manera a la raza que se había comprometido a proteger.

Pero ese malestar con su Dios no le impide hacerse cargo de Philippe, un niño marcado por el labio leporino. Porque la supuesta muerte de Dios no le lleva ni al nihilismo ni a la indiferencia, sino que encuentra el sentido de su vida en salvar a los niños de la tragedia de la guerra y de la ocupación nazi. Porque se pregunta, como Salomón en el Libro de los Proverbios: «Quién es capaz de atormentar a un niño y burlarse de su terror?».

El líder de la comunidad judía en Tolosa/Toulouse, Marcel, cree que su Dios está durmiendo la siesta y que no va a haber un nuevo maná que caiga del cielo, por lo que la única solución es que los judíos se ayuden a sí mismos, porque «estemos donde estemos, siempre somos extranjeros». Aunque eso supone «que hemos de buscar la libertad huyendo a la España gobernada por un asesino».

Los jóvenes, refugiados en un centro de la Cruz Roja suiza en los Pirineos, se debaten entre formarse o aprender el lenguaje de las armas para defenderse de los nazis.

Curiosamente, los que terminan refugiándose en Palestina apuntan ya a lo que será el cruel comportamiento de la ocupación israelí sobre los palestinos, con otro Holocausto, evidente especialmente en el Gueto de Gaza.

Mientras, los exiliados españoles y catalanes muestran las divisiones que llevaron al triunfo de Franco en la Guerra Civil. Unos quieren «hacer la revolución antes de ganar la guerra». Y otros pasan «más tiempo discutiendo las ideas políticas de cada grupo que planeando ataques contra los alemanes».

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