Contra los dioses

01/12/2011

diarioabierto.es.

Ha transcurrido poco tiempo desde que el presidente del gobierno en funciones anunciase en Nueva York ante empresarios, inversores institucionales y prensa especializada que el sistema financiero español se encontraba entre los más sólidos del mundo. Desde que aquel anuncio se produjera el Banco de España se ha visto obligado a intervenir cuatro entidades –cuando se realizó la primera no habían transcurrido seis meses-, diseñar y coordinar un plan de reestructuración que afecta a la práctica totalidad del sistema.

Resulta improbable que aquella declaración fuera una mera ocurrencia que persiguiera pasmar a tan selecta concurrencia –aun aceptando la frivolidad del personaje- lo que induce a concluir que fue realizada basándose en informes autorizados –Ministerio de Economía y/o Banco de España-.

Inmersos como nos encontramos en la crisis más profunda registrada en España desde el año 59 del pasado siglo, resulta necesario analizar cuáles han sido las fuentes económicas que la han originado para aprehender los errores cometidos y establecer las medidas cautelares que eviten repetirlas.

Como casi todas las grandes crisis que ha conocido el mundo desarrollado en los dos últimos siglos su origen es esencialmente financiero, independientemente que, con posterioridad, se trasladen a la economía real, y se caracteriza –simplificando bastante- por ser un proceso que incluye sobrevaloración de activos, políticas monetarias expansivas, fácil acceso al crédito bancario y laxitud en la gestión/control del riesgo por los agentes implicados –industria financiera y bancos centrales-, recordemos que durante la época de expansión el P.I.B. crecía a tasas del 4% mientras que la cartera crediticia de los bancos lo hacía al 30%.

Llegados a este punto mis improbables lectores se preguntarán cómo es posible que la repetición de sucesos de las mismas características no sean predecibles y consecuentemente evitables.

No nos engañemos, que el enunciado de un problema sea sencillo no implica de ninguna manera que su resolución sea trivial. Los procesos económicos, a diferencia de los físicos que están sujetos a leyes universales de aceptación generalizada hasta que se produce un cambio de paradigma, vienen determinados por la acción del hombre y este, por definición, no mantiene pautas de comportamiento homogéneas. En este sentido anotemos que la propensión hacia el riesgo, el financiero en nuestro caso, varía de una persona a otra y resulta, por tanto, de casi imposible cuantificación.

Llegados a este punto nos encontramos aparentemente en la misma situación que los armadores de la Antigua Roma que mercadeaban con el trigo de Egipto. Sabían que el mar deparaba peligros –riesgos- que podían hacer peligrar su inversión y para prevenirlos su única opción era encomendarse a los Dioses. Afortunadamente los avances alcanzados en el conocimiento de la meteorología han permitido mitigar, desde una perspectiva de corto plazo, los desastres que provocan los fenómenos atmosféricos.

En el campo del análisis del riesgo crediticio el panorama no resulta tan halagüeño. Durante los últimos 40 años se han desarrollado, paralelamente a la expansión de los sistemas para el tratamiento de grandes masas de información, modelos matemáticos de valoración financiera que intentan representar la realidad económica. Los cimientos sobre los que se asientan estos modelos –de gestión avanzada del riesgo en el argot-implican comportamientos racionales de los inversores y mercados eficientes, hipótesis ambas que resultan, cuando menos, de dudosa virtualidad y, si enfrentamos épocas de crisis, absolutamente irreales.

Como quiera que enfrentarse a los Dioses, en atención a su veleidad, no resulta aconsejable, no queda otra solución –desde la perspectiva del contribuyente que en definitiva es el que financia la reflotación de los bancos en problemas- que establecer ex ante cortafuegos que permitan mitigar la virulencia de las crisis.

Las instituciones encargadas de realizar estas tareas de regulación y supervisión prudenciales –Banco de España y Comisión Nacional del Mercado de Valores en nuestro caso- operan desde hace años , no obstante, como ha puesto de manifiesto la actual crisis con funcionamientos manifiestamente mejorables.

Resulta por tanto imprescindible que, en el menor plazo posible y tras realizar la inexcusable revisión de todos aquellos procesos y procedimientos que se han mostrado ineficaces, se acometan las reformas necesarias para que, a modo de ejemplo, no se vuelvan a repetir situaciones tan poco edificantes como la intervención del Banco de Valencia o el mantenimiento como consejero delegado de un banco de una persona condenada por la justicia.

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