Un profeta en Auschwitz

17/03/2023

Miguel Ángel Valero. El hombre que escapó de Auschwitz para alertar al mundo entronca con el profeta, "que llega para advertir a los demás" y al que nadie "presta oídos".

El 7 de abril de 1944, Viernes Santo para los cristianos y Séder, el inicio de la Pascua judía y la noche en la que celebran la huida de la esclavitud en Egipto en busca de la libertad, Rudolf Vrba se convierte en el primero de los cuatro judíos que lograron en escapar de Auschwitz, el campo de exterminio creado por los nazis en la Polonia ocupada.

Su objetivo era alertar al mundo, y especialmente a los judíos de Hungría (que eran los siguientes en la Solución Final), de lo que estaba ocurriendo en ese campo, oficialmente de «reasentamiento» y en realidad de esclavitud y de exterminio.

Pero Vrba se encuentra con que «no debía ser fácil creer en la existencia de una fábrica de muerte. un complejo diseñado y gestionado con la finalidad principal de asesinar a seres humanos 24 horas al día».

Ese drama es el protagonista de «El maestro de la fuga» (540 páginas, Planeta, traducción de David Paradela), del periodista británico Jonathan Freedland.

Hasta la fuga de Vra solo había rumores, informaciones parciales, pero no pruebas ni testimonios irrefutables sobre el horror inconcebible de los asesinatos en masa llevados a cabo por el nazismo. Aunque había documentos de la inteligencia polaca que llegaron a los Gobiernos de EEUU y del Reino Unido, no se actuó por incredulidad, escepticismo, prejuicios hacia la «habitual tendencia judía a la hipérbole», consideraciones políticas y militares, falta de información, y también por las presiones del ultranacionalismo de Polonia.

Todo eso benefició a los nazis (y llevó a la muerte a millones de personas, la mayoría simplemente por ser judíos) porque la fábrica de muerte «dependía de un principio básico: que las personas que llegaban a Auschwitz no supieran adónde iban ni para qué».

Por eso la fuga de Vra (y de otros): «el primer paso para frustrar aquel plan asesino consistía en acabar con la ignorancia, en informar a los judíos».

El problema, rápidamente detectado por los fugados, es que los propios judíos no se creían lo que les estaban contando sobre los campos de la muerte, ya que «era más fácil negar lo evidente que enfrentarse a la realidad de la propia e inminente destrucción»

Y eso que el diario ‘Los Angeles Exanminer’ ya publicaba en portada el 23 de noviembre de 1938, 15 días después de la Noche de los Cristales Rotos (donde se quemaron sinagogas y se expoliaron comercios judíos), que «los nazis advierten al mundo que los judíos serán exterminados». Y el propio Hitler, el 30 de enero de 1942, ya proclamaba «la completa aniquilación de los judíos».

«La negación era la salida más natural», ya que a los seres humanos «les resulta casi imposible concebir su propia muerte». Además, «cuesta comprender el horror cuando nadie ha presenciado nunca nada parecido». El autor del libro cita al filósofo francés (y judío) Raymond Aron: cuando le preguntaron por el Holocausto contestó que «lo sabía, pero no lo creía, y como no lo creía, no lo sabía».

En ese sentido, el hombre que escapó de Auschwitz para alertar al mundo entronca, desgraciadamente, con la tradición del profeta, «que llega para advertir a los demás y se aflige al ver que nadie presta oídos a sus admoniciones».

Ya dice la sabiduría popular que «nadie es profeta en su tierra».

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