Tamames tenía un precio

22/03/2023

Luis Díez.

La segunda moción de censura de Vox, el partido de ultraderecha, desgajado del PP, con el eminente Ramón Tamames, un hombre con muchas chaquetas y 89 años a la espalda, como aspirante a presidir el Gobierno y adelantar unos meses las elecciones generales, fue cualquier cosa menos constructiva, como prevé la Constitución y el Reglamento del Congreso. Ni el candidato Tamames llevó un programa de Gobierno, aunque se acordase mucho de Reagan y la señora Tatcher (sin citarlos), ni el jefe de Vox, Santiago Abascal negoció con los demás grupos el apoyo a los propósitos de su candidato. Después de catorce horas de debate entre el martes y el miércoles, se votó. A favor: 53 votos propios más uno de Cs que se pasó al Grupo Mixto; abstenciones: 91 del PP y sus correligionarios regionales, y en contra 201 de las restantes formaciones parlamentarias.

Entró Tamames apoyado en el hombro de un ujier que le condujo al escaño desde el que iba a  hacer sus intervenciones (la fatiga de los materiales también afecta a los huesos). Había expectación. Lógico. Un tipo que abraza a la ultraderecha franquista que combatió desde la dirección del Partido Comunista de España (PCE) no deja de tener morbo. Y tras una presentación que no fue tal, sino un ácido ataque de su jefe voxido al presidente Pedro Sánchez y una regañina a sus señorías por no vestir “con decoro”, es decir, como a él le gustaría, el profesor Tamames desmigajó un discurso como el que echa pan a los patos para pasar el rato. Constitución, unidad de España, beneficencia para que los pobres no estropeen el paisaje y neoliberalismo a tope, como aplicaba aquella señora Tatcher que arrojaba los bidones de su residuos nucleares en la Fosa Atlántica, frente a las costas galegas.

Con esos motivos –ya saben que el bolivariano Sánchez ocupa las instituciones, ataca a las empresas, suelta a los violadores y, sobre todo, pacta con los “filoterroristas” y los nacionalistas separatistas que quieren destruir España– hay más que suficiente para la censura. Además pidió la reforma de la ley electoral porque los nacionalistas están “sobrerrepresentados”, según él. No hizo otras propuestas en materia social y de derechos de las mujeres. Su principal observación sobre ellas fue que procrean poco. Sobre inmigración, otro tema de la tendencia de la ultraderecha al razismo y la xenofobia, se preguntó el profesor por qué rayos los inmigrantes encuentran trabajo al día siguiente de llegar y los españoles no. Pues que se lo estudie.

Tamames completó su texto programático con la imputación de la Guerra Civil (1936-39) a los socialistas, abrazando la cantinela histórica de convertir en un “golpe de Estado” la huelga general revolucionaria contra el Gobierno de la derecha que en 1934 suspendió la reforma agraria y revirtió todas las medidas adoptadas contra el hambre y el analfabetismo. Que una persona tan ilustrada como Tamames aproveche unas palabras de Largo Caballero contemplando una guerra en aquel contexto evidencia que la fatiga de los materiales también afecta a las neuronas. Ni que decir tiene que las derechas, soliviantadas por el traslado del dictador a una fosa familiar, le aplaudieron en este punto. Sánchez quiso hacerle ver que Vox es la continuidad del partido de Blas Piñar. Pero ni en eso ni el nuevo paradigma económico ni en la exposición de avances sociales básicos tuvo ningún éxito.

El candidato se quejó de que Sánchez hablara mucho. Bueno, pues para acentuar la queja, la vicepresidenta tercera y ministra de Trabajo Yolanda Díaz le pegó un repaso laboral, salarial y sindical de los que hacen época. Y luego los portavoces de los demás grupos le mantuvieron atado al escaño hasta las siete de la tarde. Su patrocinador no tenía obligación de escuchar y, lógicamente, se fue a almorzar y empleó más de tres horas en descansar. A Tamames no le gustaron algunas intervenciones porque, según dijo, eran mítines. Lógico. Por muy “accidentalista” que uno sea, debe de ser duro para un veterano excomunista hablar en nombre de una formación facciosa que ha votado “no” a todas las medidas sociales de este Gobierno y a la reforma laboral pactada con patronal y sindicatos. La mejor enumeración del fenómeno la realizó Gabriel Rufian. Tamames tachó de “mitin” la intervención del portavoz socialista Patxi López porque le dijo que estaba traicionando el espíritu de la Constitución, aquello por lo que luchó.

De Tamames ya se conocía su arrogancia. Santiago Carrillo cuenta en sus memorias que este hombre se consideraba más importante que Marcelino Camacho y le montó una bronca porque había colocado al líder de CCOO un puesto por delante de él en la lista de Madrid al Congreso de los Diputados. Pero que un tipo que merca sus servicios al partido del odio para un trampatojo y acaba gritando “viva España” y “viva Vox” al finalizar el pleno y con el salón a su disposición para hacerse fotos, advierta a los demócratas, como en su día José Calvo Sotelo, que la reconciliación no fue tan sólida y se puede volver a las “dos españas”, es que no es de este tiempo ni en realidad tiene nada que decir. Al poeta gaditano Rafael Alberti, premio Cervantes y figura señera del PCE lo utilizó José María Aznar como tonto útil para llegar a La Moncloa en 1993. Y no llegó. Para atraer votos de centro e incluso de izquierda, Aznar fue al Puerto de Santamaría a hacerse unas fotos con él en plena campaña electoral. La visita fue concertada con la segunda esposa del poeta, María Asunción Mateo, quien le dijo que venía a verlo un poeta de Valladolid. Alberti no se habría prestado a aquella faena si no hubiera estado senil. Tamames habría estado encantado.

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