Juventud ¿divino tesoro?

07/12/2011

diarioabierto.es.

Lo único que librará a mis hijos de vivir peor que sus padres es que no los tengo. Con enorme esfuerzo los míos alcanzaron el sueño de convertirme en el primer universitario de la familia y, aunque nunca les confesé a qué me dediqué en la facultad, su sacrificio se vio recompensado con aquel título que fue garantía de un futuro laboral pero, sobre todo, constancia de que tanta sangre, sudor y lágrimas merecieron la pena. Aquel ferviente deseo de que sus niños tuvieran lo que ellos nunca  tuvieron se ha tornado una quimera. Por primera vez las generaciones venideras tendrán, con carácter general, un porvenir mucho más sombrío que sus mayores. La falta de expectativas, la explotación explícita de los jóvenes, consagrada no sólo por empresarios sin escrúpulos sino por entidades tan ‘respetables’ como el Banco Central Europeo, la desolación de verse formado para únicamente formar parte de las colas del Inem augura un ciclo depresivo que excede a los indicadores macroeconómicos. No hay estadísticas que reflejen la decepción de saberse útil sin poder demostrarlo o el desaliento de contemplar cómo tus ilusiones se diluyen cada mes que sellas la cartilla del paro.

Llámese contrato de aprendizaje o ‘miniempleos’ en nomenclatura BCE lo cierto y verdad es que, a día de hoy, ambas acepciones vienen a ser eufemismos de una indignidad en las condiciones laborales ante la que no hay más alternativa que transigir o no trabajar. En agosto, el Banco Central Europeo remitía al gobierno un informe en el que abogaba  por una rebaja a discreción de los salarios y unos jornales de unos 400 euros para jóvenes. Como ejemplo recurrente aludía a Alemania donde este tipo de contratos se puso en marcha en 2003 como medida de choque contra el desempleo. Es curiosa la elasticidad comparativa de la que goza el país de doña Ángela Merkel de tal modo que igual que sirve como parámetro para ésto bien podía valer también para que nos equipararan en España las pensiones a la de los jubilados germanos o nos fijaran su mismo salario mínimo interprofesional. Para eso nunca jamás.

A cambio de estas recomendaciones, el BCE se comprometía a  comprar deuda española aunque más le hubiera valido adquirir unas buenas dosis de vergüenza. Los paganos de este chantaje, por enésima vez, no eran pues quienes, por orden de sus multimillonarios consejeros delegados, llamaban por teléfono a las casas para ofrecerte créditos para casas, coches y vicios diversos hasta que reventó el tinglado. Al menos desde esa UE que se desmorona hay quienes admiten que está feo inyectar miles de millones de euros a los bancos mientras las pequeñas empresas se ahogan y con ellas cientos de miles de empleos. Sin embargo, tan cabizbajos como hipócritas, argumentan que no hay otro remedio que reflotarlos a ellos para ver si tienen a bien socorrernos a nosotros.

Es decir, votamos cada cuatros años pero en el día a día de ese periodo se gobierna desde los confortables sillones ergonómicos de los despachos financieros y no desde las aceras de las calles. O me ayudas o no hay créditos o haces lo que quiero o te rebajo la calificación de la deuda. Y en medio de este gansterismo se apela al futuro de Europa para convocar una cumbre en la que, por lo visto, nos jugamos el futuro como si fueran ellos quienes lo decidieran. De momento, el de los jóvenes de hoy ya está visto para sentencia para mañana. Así se escribe la historia.

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