El cordero, un manjar fácil de hacer

09/12/2011

Patricio Sesma Granell, director del restaurante Bokado de Madrid.

Cuando paseamos por la naturaleza, ya sea urbana, donde se cocina nuestro destino, o en su virginal estado, viva y real, siempre vemos ovejitas, corderitos, y siempre nos gustan.

Nos gustan  si los vemos en el escaparate donde norias, cosas de luxe o personajes y princesas pueblerinas, nos invitan a reflexionar sobre quién es más tonto si el que ve o  el que dice.

Nos gustan  si nos llevan a dormir o a sentir una sensación dulce al tacto, y acabamos diciendo con voz de cordero degollado, ¡qué monos!

Pues bien, no son monos y salgamos a verlos a la naturaleza viva, a esos lugares que aún no se han parcelado. Vayamos allí donde su ambiente nos abre los pulmones, allí donde el aire libre rebaja los gastos de sanidad y donde por un momento somos optimistas, arreglamos el mundo, nos olvidamos del exceso de ozono. En fin, que por un momento sí somos personas, sí somos niños y nos llenamos el alma de buenas sensaciones.

Y ya que estamos disfrutando, hagamos el ejercicio de mirar fijamente a esos corderitos, ovejitas, cabritillas sin pensar en el precio y sin recordar que es duro llegar a final de mes, y  seremos capaces de ver esas chuletillas, mas bonitas que un san Luis,  esa piernecita, que al horno sabe a manjar de reyes, aunque no sea el mejor momento para la realeza el que vivimos, e incluso sentiremos los olores y gustos de las viandas del pueblo y el tacto de ese jersey  que nos va a abrigar de todos los rigores que se avecinan.

La pierna de cordero, es un manjar fácil de hacer, más aún que descifrar una factura de luz.

Nuestro carnicero, que como anda un poco despistado porque no sabe si es tiempo de claudicar o de seguir, nos venderá una pierna que vamos a mimar. Al hortelano le compramos un apio, o si tenemos valor le pedimos que nos regale una rama. Usted verá si quiere oír un discurso socio-político-económico sobre la situación macro-económica actual, o simplemente pagar la cuenta.

Una vez más, sacamos nuestros cachivaches chinos, o los que nos  dio nuestra madre, al grito de “a ver si aprendes “ o nos  regaló ese amigo, esposa, marido fiel que no se atreve a decirlo a la cara pero que con el regalito nos insinúa ese “ a ver si aprendes “ .

¿No tendrán madre o amigos  los políticos? ¿Nunca les habrán regalado una político-cazuela para que aprendan a cocinar soluciones al grito de “a ver si aprendes “?

Cogemos nuestra fuente de cristal y si es de barro sin grieta, mucho mejor. Pelamos un ajo, que previamente hemos desgajado de una maravillosa cabeza que, el agricultor que veía pasar las ovejas plantó en noviembre, cuando la luna era menguante, y que para Sanfermines los venderá en ristras para que los más gamberros de Pamplona se las cuelguen al cuello a modo de collar. No me pregunten por qué lo sé.

Tras cortarlo en dos, restregamos el fondo de la fuente con el mismo frenesí con el que  los famosillos se restriegan en las camas de las famosillas, o viceversa, que con esto de la igualdad nunca se sabe si las cosas están bien dichas.

Dejamos la cazuela pringadita de ajo, y nos dedicamos al apio. Vamos a cortarlo en trozos, vamos a hacer unos tacos como las alzas de los zapatos modernos. Los colocamos estratégicamente, eso sí,  mejor que la estrategia yanqui en Irak, para conseguir que nuestra pierna no toque el fondo de la cazuela. Una vez realizada la operación de poner el cordero encima del apio previamente salado por los cuatro costados, procederemos a cubrir el fondo de la cazuela con agua salada sin que esta  llegue a tocar nuestra querida pierna.

Lo introducimos en el horno a 180 ºC, no Fahrenheit, y lo tenemos durante 45 minutos.

Yo, solía con una brocha pintar la pierna de aceite antes de la “operación apio”, pero un día un arandino entendido en estas lides me dijo “déjate de tonterías con el aceite y a ver si aprendes, al cordero, agua y sal”.

Así que decídanse con brochazo o sin el.

¡Buen provecho!

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