Ha pasado un año desde que la detective Renee Ballard abandonara el cuerpo de policía cansada de la misoginia, la desmoralización y una burocracia interminable. Sin embargo, después de que el jefe de policía en persona le diga que puede elegir su propio destino en el departamento, Ballard recupera su placa para reconstruir la Unidad de Casos Abiertos en la codiciada División de Robos y Homicidios.

Harry Bosch lleva años trabajando en un caso que le atormenta, pero que no ha conseguido resolver: el asesinato de toda una familia a manos de un psicópata que sigue en libertad. Ballard le hace una oferta: si viene a trabajar con ella como investigador voluntario en la nueva Unidad de Casos Abiertos, podrá perseguir su obsesión con el respaldo de los recursos del departamento de policía.

Ambos deberán dejar de lado viejos resentimientos para volver a trabajar juntos y dar alcance a un peligroso asesino.

Michael Connelly vuelve a triunfar con ‘Estrella del desierto’ (368 páginas, AdN, traducción de Javier Guerrero). Y ratifica que la dupla Bosch-Ballard continuará dando mucho juego.

Acierta desde el título, que hace referencia a una flor que crece en el desierto de Mojave, Arizona. Una flor que a pesar de las duras condiciones de frío y calor, resiste y sobrevive. Y que es una metáfora de los dos protagonistas..

En la quinta entrega protagonizada por Ballard y Bosch, y Connelly mantiene una de sus buenas costumbres como escritor: no es necesario tener que leer las anteriores novelas de la serie para poder disfrutar de ‘Estrella del desierto’.-

También conserva otra de las peculiaridades del estilo Connelly: la narración, prácticamente en paralelo, de cómo Ballard investiga algo por su cuenta y de cómo Bosch hace lo mismo, para luego poder encontrar la solución al caso.

Su gran acierto, sin embargo, es el espléndido desenlace, especialmente por las implicaciones que tienen para el futuro de los dos protagonistas y de la propia serie.

Connelly habla, en varias ocasiones, de la «biblioteca de almas perdidas», con acertadas reflexiones sobre las víctimas, muchas veces inocentes, de la violencia. En ese sentido, el escritor norteamericano denuncia que «la violencia no era una desviación de la norma, era la norma».

Y lamenta que «el oscuro motor del asesinato nunca se quedaría sin combustible».