Ha empezado una campaña donde los partidos no han organizado caravanas con los periodistas. Durante años, con entrañables compañeros como Luis Diez, Rodolfo Serrano y tantos otros te subías en un autocar y seguías el itinerario del líder de un determinado partido durante quince días. Había contacto directo con el candidato, ruedas de prensa diarias y con relativa frecuencia subía al autocar para departir con los periodistas.
Por otro lado había muchas horas para la cháchara con los equipos de campaña, te confiaban sus impresiones y, según cómo, te hacían confidencias sobre las encuestas internas que manejaba la dirección de la formación para corregir, caso que fuera necesario, su discurso (las encuestas internas se hacen para saber lo que pasa, no para contentar al contratante, lo que hace que habitualmente sean muy exactas). Además estabas en contacto con lo que hacían los compañeros que seguían otras formaciones con lo que la idea de como transcurría la campaña y los hipotéticos movimientos de votos era razonablemente exacta. Ibas a los mítines y las radios y televisiones los grababan y después editaban la información según su sentido periodístico que no siempre coincidía con los intereses del candidato.
Además aprovechabas para hacer unos contactos que te podrían ser muy útiles en el futuro, y los veteranos en estos envites con un fondo importante de agenda incluso en la evolución de la propia campaña.
Hoy seguir una campaña de un partido es prácticamente imposible, incluso el programa de actos de los candidatos se hace público horas antes del acto y los cambios son frecuentes según los sondeos diarios sobre la evolución del voto. Los contactos con los candidatos es tan limitado que casi es imposible. Las nuevas tecnologías propician que los equipos de campaña te “faciliten” el trabajo inundándote de mensajes, las imágenes o los “cortes” radiofónicos te los ofrecen editados. Hay sobredosis de información que es la madre de la desinformación, pero en cualquier caso lo que se comunica siempre está dirigido por los jefes de campaña.
Son otros tiempos y otras formas de hacer, pero uno no puede dejar de añorar las campañas de antaño, cuando los periodistas incluso tenían un cierto prestigio social y unos emolumentos que les permitían vivir con una cierta comodidad y cuando los editores de los medios pensaban que contando lo que pasaba ganaban audiencia. Pero esto también ha cambiado.
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