Hagamos un retrato, como aquel trato donde yo te ampliaba con el zoom de mi mirada. Y pasaba un filtro a tus ojos marrones. Déjame que pinte tu sonrisa en cada toma, en cada roce de mis manos por tus mejillas. Iluminemos esa sonrisa tuya con el flash de mi corazón. Que quiero que te detengas a escuchar el ruido que hace en cada disparo.

Hagamos un retrato de los días que nos pasan de cerca, de las caricias que anudan dedos y recuerdos. Hagamos un trato que se parezca a un «para siempre» a ese «no me dejes nunca».

Déjame colocarte en el trípode que son mis piernas. Déjame sostener tu cuerpo, en ese breve instante, donde se funde el placer y el deseo de la carne y el mordisco rebelde, cuando marcas tus dientes en mi cuello y el compás, entre gemidos y risas, dejando imágenes sueltas y distantes las unas de las otras, pero todas iguales.

Y revelemos los instantes en papel, como si se trataran de las imágenes que nunca más regresarán. Inmortalicemos las sonrisas que nos delatan de felicidad. Guardemos como tesoros esos retratos donde el rostro queda para siempre detenido en el tiempo ¿qué andabas pensando en ese preciso instante? ¿quedarán también esos pensamientos intactos y guardados siempre en tu memoria, igual que la imagen?.

Hagamos un retrato: un trato, un pacto. Ampliaré la imagen hasta poder ver cada poro de tu piel, cada cicatriz cerrada, cada hundimiento en tus mejillas. Y encontraré restos de besos y los rescataré y meteré en el hueco de mis manos convirtiéndolos en colores y en besos nuevos que me gustaría darte.

Dime que sí. Posa para mí. Dame esos instantes de tu tiempo, de tu vida, para poder mirarte siempre, como si fueras ese amor prohibido. Como si cada vez que me pierdo en tu mirada pudiese inventarme las caricias que nunca me darás, los suspiros que jamás tendré en mi oído, los besos que nunca me quemarán en los labios.

Hagamos un retrato. Tu posas y yo disparo. Y me enamoro de ti en cada toma. Y cuando terminemos te diré: «hagamos un trato, digo, perdona, un retrato, mañana a esta misma hora, de tu rostro, con el pelo hacía un lado y esa sonrisa grande».

Y tú dirás que sí. Y yo seguiré tratando de guardar para siempre en mi disco duro todas esas capturas de tu cuerpo que conozco de memoria, pero que jamás podré reconocer con la yema de mis dedos.