A finales del mes de julio residían en España 8,4 millones de personas nacidas en el extranjero, de las cuales 6,3 millones mantenían sus nacionalidades de origen y 2,1 millones han adquirido la nacionalidad española. Gracias a este constante crecimiento de la población no nacida en nuestro país, somos ya 48,34 millones los que residimos en él.
Lo que para este escribano es motivo de alborozo y un puntito de orgullo para otros es motivo de preocupación en muy diverso sentido y de muy variada especie. Son posturas que van del supremacismo a la más profunda ignorancia, pasando por la hiriente condescendencia o por un cínico pragmatismo.
Todos me producen rechazo, aunque los que enarbolan banderas racistas (a los que voy a ignorar) no sé si me inspiran más repugnancia que desprecio o viceversa. Hay también otros grupos, incluso partidos políticos legales, que expresan su rechazo basándose en teorías conspirativas contra el país, contra la cultura occidental, contra los principios morales…
Casi todos los que aluden a estas cuestiones no sé si lo hacen por defender sus creencias que nadie cuestiona, por sus inseguridades personales o por un simplón seguidismo basado en su propia ignorancia y en la mendacidad de sus líderes sociales. Pero el resultado es desolador. Los medios de comunicación, especialmente las televisiones y las redes sociales dan todos los días oportunidades para alimentar esos miedos, para defender lo que no es atacado.
Pero quiero detenerme un poco más en los cínicos pragmáticos que se tapan la nariz ante la inmigración y dicen comprender y sobre todo, compadecer a los pobres emigrantes, aunque inmediatamente aluden a lo bien que nos vienen para cobrar en el futuro las pensiones y para pasear a nuestros ancianos en sus sillas de ruedas por un módico sueldo, preferentemente en negro.
Pues miren por donde, a mí la creciente España mestiza me gusta, sin distinciones de origen, ni de credos ni de color. Y por ello les digo a todos los políticos de todos los partidos, que actúen en la integración, que ofrezcan enseñanza y sanidad, que eviten la formación de guetos, que favorezcan la contratación laboral en igualdad. Que levanten la vista y ven que en nuestras calles, en nuestras casas, en nuestros parques, en nuestros talleres, en nuestras carreteras hay más de ocho millones de seres humanos que merecen su atención.
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