Ahora los políticos juegan a mercachifles y están distraídos en sacar el máximo beneficio de los boletos que la deplorable Ley electoral ha atribuido a cada uno. Parece, además, que el mercadeo se puede prolongar hasta entrado el otoño. Con cierto cinismo, podríamos felicitarnos de la situación. Mientras están concentrados en sus cosillas del poder, España va funcionando por libre, con un Gobierno en funciones que tiene limitadas sus intervenciones. Una situación que antes se calificaba como a la italiana, pero que ahora hay que tener cuidado, no sea que nos tilden de racistas o, al menos, de prejuiciosos.
En este punto, tenemos una certeza, que a ninguno de ellos se le ocurriría exigir y condicionar sus votos a que los partidos mayoritarios les expliquen y les aseguren qué modelo económico proponen para la próxima legislatura y cómo van a desarrollarlo. A estas alturas, a cualquiera de los políticos les parecería una extravagancia hablar de la economía, de cómo va o cómo debería ir.
Si acaso, cuando las cifras del turismo sonríen con el incremento del 11 por ciento en el número de viajeros hasta julio, respecto del mismo periodo del año pasado, sale alguien a hablar y a apuntarse el tanto como si cada administración tuviera a sus funcionarios empujando a los turistas hacia el territorio que administran. Pero cuando llegan las pésimas noticias de la evolución de la producción industrial, que cae en el primer semestre del año el 3 por ciento en términos desestacionalizados, nadie de la política se asoma.
Saco a colación la evolución tan dispar del turismo y de la industria para volver a lo que mencionaba al principio, del modelo económico español. No voy a caer en el tópico de que el turismo es pan para hoy y hambre para mañana. En absoluto. El turismo es un soporte indispensable para el conjunto de la economía española y si el cambio climático y las avarientas políticas de explotación territorial no lo entorpecen, disponemos de un sector turístico eficiente que, por ejemplo, ha sabido lidiar muy bien el severo problema de la inflación.
En sentido contrario, la evolución de la industria española no es satisfactoria. Pensé en algún momento (¡esta maldita ingenuidad!) que la degradación de la ministra del ramo hasta hace unos meses a la condición de concejala de Madrid era señal de que alguien se había dado cuenta de la mala marcha del sector. Pero parece que no es así. El despegue económico que se preconizaba con los fondos europeos no es el esperado y la industria, como base de ese despegue, responde poco y mal a las expectativas que se formularon.
Por otro lado, la opinión pública compra fácilmente los alarmismos que le ofrecen y casi cada día hay un caso de protesta, porque alguien propone crear una actividad industrial en su entorno. Las pancartas con el famoso “No a la fábrica de…” en sus diferentes versiones, crecen como hongos.
Pero hay una certeza. La industria es la estabilidad, la previsibilidad, la innovación, la autonomía. Un objetivo en torno al 18 por ciento de participación del sector industrial en el producto interior bruto de España sería una reafirmación de nuestro país como potencia, tanto en el marco de nuestro principal cliente, la Unión Europea, como en otros mercados también estratégicos.
Aunque haya que mancharse las manos.
Aviso Legal
Esta es la opinión de los internautas, no de diarioabierto.es
No está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
Su direcciónn de e-mail no será publicada ni usada con fines publicitarios.