En estas dos ediciones del Camino Cojebro Solidario he verificado lo que ya he comprobado durante casi 40 años escribiendo de seguros, que sus profesionales, en muchos casos, tienen la piel muy fina. Les molesta que se les llame vividores, pese a que rima con aseguradores.
Les molesta porque se quedan con la tercera acepción del término según la Real Academia: «que vive a expensas de los de más, buscando por todos los medios lo que necesita o le conviene».
Pero se olvidan, por ignorancia o por mala fe, de las otras acepciones:
- que vive mucho tiempo, vivaz (por cierto la marca que acaba de cargarse Línea Directa Aseguradora para vender seguros de Salud con la suya)
- persona laboriosa, económica y que busca modos de vivir
- que vive la vida disfrutando de ella al máximo
Subrayo esta última acepción del término vividor porque es lo que se percibe en el Camino de Santiago Cojebro Solidario 2023. Personas que, después de recorrer 22,9 kilómetros en menos de las seis horas previstas, disfrutan al máximo de todo: el puente romano de Ourense, la aldea de Cudeiro, el empedrado genuino del Camino Real, Sartédigos, Tamallancos, Ponte Sobriera, el río Barbantiño y su puente de piedra, Faramontaos, A Casanova, San Cristovo de Cea y su pan de trigo, y Cea.
Personas que hacen 23 kilómetros sabiendo que cada uno de ellos genera un euro que se destinará a una actividad solidaria, y que parece empujar a los pies cuando están cansados y no pueden dar un paso más.

Fotografía de Marta Úbeda.
Personas que disfrutan del mágico bosque gallego, magníficamente retratado por la compañera (ahora en el ‘lado oscuro’, demostrando una gran profesionalidad en las artes mistéricas de la comunicación) Marta Úbeda.
Que disfrutan al máximo de la orgía de sabores que la impresionante logística de Cojebro pone a su disposición. Desde una Estrella Galicia prácticamente helada que Diego ofrece a este cronista cuando llega a la meta en plena canícula y con los pies arrastrándose como pueden después de la dura marcha.
O tener que elegir entre un trozo de empanada de carne o uno de atún, mientras ojos atónitos contemplan platos de jamón, queso, las ya clásicas gildas, la sobrasada, el lacon, un queso tipo cabrales de matrícula de honor, chorizo, vino blanco y tinto de calidad, y se me olvidan muchos manjares.
Si alguien, a estas alturas, todavía se cuestiona para qué sirve un corredor, aquí tiene la respuesta: para ofrecer a los peregrinos pacharán casero de calidad sobresaliente, como hace Barón.
Un vividor, en el buen sentido, disfruta al máximo viendo cómo otro Diego, que en la edición pasada se ganó la eternidad con sus morcillas de Burgos (que por cierto son ansiosamente demandadas también ahora), escancia sidra como el mejor astur. Y también de Roberto, que trata de hacer lo mismo pero sin tan buenos resultados.
También disfruta de la conversación (aunque en algunos casos los intentos de reflexionar sobre la metafísica terminan en la demagogia), del paseo, de animarse unos a otros cuando la marcha se hace más pesada, de los piques, del afán competitivo bien entendido.
Y no hay nada como andar por estos bosques galaicos acompañado por las sesudas y científicas reflexiones sobre el cambio climático y la proliferación de negacionistas del apóstol y profeta de Oxizonia.
Aseguradores (no todos, porque hay corredores, clientes, y hasta periodistas) y vividores (en el buen sentido).
Entonces, ¿por qué molesta tanto que se les diga que son «personas que disfrutan de la vida al máximo?». Qua Santiago Apóstol ilumine las respuestas. Mientras, Buen Camino.
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