Este país recóndito ha sabido preservar sus esencias sin contaminarse
con el turismo masivo. Se le conoció en el siglo XIV como Lan Xang o el Reino del
Millón de elefantes. Ya no hay tantos, pero todavía se pueden ver en algunos lugares,
como en el río Nhan Kahn. También es posible encontrar naturaleza en estado puro, en
la que se combinan acantilados, junglas, arrozales y cueva. Laos es un país con
múltiples sorpresas y aquí mencionamos algunas de las experiencias más interesantes
para los viajeros.
Descubrir la capital. Vientiane es la puerta de entrada al país para la mayoría y donde
se concentran algunos de los monasterios y monumentos budistas más relevantes,
como el Vat Si Müang, Vat Sisaket, Vat Ho Phra Kèo o la gran estatua dorada del That
Luang, monumento icónico con sus quinientos kilos de láminas de oro macizo que la
recubren. Se afirma que hay un hueso y pelo del mismísimo Buda en su interior. La
céntrica fuente del Nam Phu y el paseo que bordea el río Mekong, donde al atardecer
se monta un animado mercadillo, son el lugar de encuentro preferido de locales y
visitantes para reunirse y tomar algo.
Pasear entre doscientos budas. Una visita imprescindible es Buddha Park, singular
parque de esculturas con una gran cantidad de estatuas religiosas, budistas e hindúes,
incluida una enorme imagen de de 40 metros de longitud de Buda reclinado. Aunque
las estatuas parecen tener siglos de antigüedad, fueron construidas en 1958 por un
monje que estudió tanto el budismo como el hinduismo.
Gastronomía local. El plato nacional es el larb, una ensalada de carne picada a base de pollo, vaca, pato o cerdo, aderezada con salsa de pescado y lima y decorada con hojas de menta, pimientos y verduras. Otros platos típicos son el jaew, pasta hecha de chiles para mojar; tam mak hung, ensalada de papaya verde fresca, picante y agria; y el khao piak sen que se vende por un euro en todas las calles de las ciudades. Son fideos de arroz y yuca que se comen con pollo, cerdo, frijoles chinos y hierbabuena.
Contemplar los arrozales. Entre los encantadores paisajes destacan los campos de
arroz verde esmeralda, sobre todo en la temporada de lluvias, entre mayo y octubre. Hoy los visitantes de Vang Vieng también pueden hacer trekking o senderismo entre
los infinitos y bellos campos de arroz. Merece la pena adentrarse en algunas de las
muchas cuevas que se hallan en las cercanías, como la de Tham Nam, una de las más
populares, donde admirar sus cristales, estalactitas, estalagmitas y algunas criaturas
que habitan en ella.
Atardecer desde los miradores. Entre los más espectaculares están los de Pha Ngern y Nam Xay, ambos en las proximidades de Vang Vieng. No hay otra ciudad con
atardeceres tan sangrientos como los de Luang Prabang. Especialmente si se
contemplan desde el monte Phu Si, al que se accede tras superar los 328 escalones
que trepan hasta una altura de cien metros. En la cima aguarda un templo, el Wat That
Chom Si, que emerge como un faro con unas vistas prodigiosas: las de la ciudad
silenciosa, cobijada entre los cauces fluviales.
Un baño entre cascadas. Otra parada imprescindible son las espectaculares cataratas
Kuang Si, en los alrededores de Luang Prabang. Se trata de un conjunto de cascadas a distintas alturas, con agua azul turquesa, en medio de un denso bosque. En algunas
está permitido el baño y saltar desde lianas al agua. La principal atracción es la gran
catarata, con una altura de cerca de sesenta metros y con un pequeño mirador para
disfrutarla.
El ritual de limosna. Cada amanecer, en las céntricas calles de Luang Prabang, se
celebra desde hace seiscientos años una procesión de monjes pidiendo limosna; es el
Tak Bat que cumple con uno de los preceptos del budismo: eliminar el apego a los
objetos materiales y dejar más espacio en las mentes para meditar y orar. Para los
laosianos es un momento sagrado. Se estima que participa el 90% de la población,
quienes preparan comidas y depositan arroz, frutas y galletas, nunca dinero. A cambio,
los monjes los bendicen y les recitan una oración, aunque lo que predomina es el
silencio. Los cientos de monjes, descalzos, con la cabeza rapada y con su túnica azafrán pasan en fila, primero los más ancianos y luego jóvenes y niños, por delante de los donantes, que permanecen sentados o arrodillados ante ellos. Esta comida es la única que toman los monjes durante el día, el resto de su tiempo lo dedican a deberes
espirituales como la meditación, la bendición y la oración.
Paseo por Luang Prabang. Es el principal centro religioso, espiritual y cultural del país.
No hay que perderse el soberbio Palacio Real que contiene colecciones únicas de arte
laosiano, entre las que destaca una copia del Pra Bang, el Buda de oro que da nombre
a la ciudad. Entre los muchos templos y monasterios, destaca el Wat Xieng Thong,
compuesto por una veintena de edificios de distinto tamaño y que tuvo un papel
protagonista en la decisión de la Unesco. En un recinto repleto de arbustos, flores y
palmeras donde se erigen varios templos con imponentes techumbres, paredes
pintadas de rojo y oro e incrustadas con finos mosaicos de cristal. Cada edificio es una
auténtica joya.
Los mejores souvenirs. Uno de los más populares son las lámparas artesanales de
papel. Lo más atractivo son las sedas, cuyos diseños tradicionales varían de una región a otra, pero la calidad es suprema y el trabajo es totalmente artesanal. Los colores vibrantes y la delicada artesanía de sus textiles son un testimonio del rico patrimonio cultural de Laos: la pieza más popular es Sinh, la falda tradicional que se elabora desde el siglo XIV. En Laos se producen dos variedades de café que tienen fama de ser de las mejores del mundo, la Robusta y la Arábica. También pueden comprase joyas en oro y plata de gran pureza. Los más atrevidos pueden llevarse el popular whisky de serpiente (también con escorpiones y tarántulas en su interior) que se encuentra en los mercados. Es muy fuerte y está hecho con alcohol de arroz. Se dice que tiene propiedades afrodisíacas y combate el reumatismo.
Más información: www.tourismlaos.org / www.visitlaos.org
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