En 1761 llegan a España las primeras 120 botellas del champagne Moët & Chandon. Las encarga el Duque de Sotomayor, a falta de coches o aviones, las cajas llegan en un carruaje tirado por caballos a la residencia particular del noble. En esas fechas se cumplen los diez años del fallecimiento de Albinoni, Mozart se presenta por primera vez al público, y aún no se conoce el cine, imagínense lo que queda para el avión. Mientras tanto, nosotros nos reponíamos de la ilustrada Corte de Fernando VI, el segundo Borbón que reinaba en España y que moría loco de amor por Bárbara de Braganza, y empezábamos a conocer a su hermanastro Carlos III, que pasaría a la historia como “el mejor Alcalde el rey”. Que es el mantra que Gallardón ha querido apropiarse en su alcaldesado. En el XVIII las mujeres vestíamos corsés y miriñaques y los hombres se empolvaban el pelo como hace ahora Karl Lagerfeld. Carlos III, viendo el empuje inglés, que ellos desde siempre han estado dando la paliza, tuvo que firmar en ese aciago 1761 el Tercer Pacto de Familia –aliándose con sus parientes los Borbones franceses-. A Dios gracias, que los señores de Moët & Chandon introdujeron en ese momento en los salones barrocos su burbujeante bebida para compensar esa Guerra de los Siete Años que tantos disgustos nos dio. Perdimos La Florida y un poco de Méjico. Así que anoche, cuando los señores de Moët & Chandon convocaron a celebración por los 250 años que llevaban entre nosotros, 210 artistas, periodistas, políticos, it womans, it mens y empresarios, que de todo había, se aderezaron con las mejores “soires” y acudieron prestos a ese trozo de Francia que es la embajada, nuestra segunda Casa. No sólo porque ese embajador francés, Bruno Delaye es un chevalier, es que recibe divinamente y puedes pasarte hasta un rato en las cocinas intercambiando trucos gastronómicos. Anoche fue como entrar en Versalles; mesas presidenciales largas como las pestañas de Pitita y las piernas de Fernandina, estilizados candelabros con velas, vajilla de porcelana y cubiertos de plata. Para las viandas se desplazó el cocinero que ejerce en la Maison en Epernay; Bernard Dance, que estuvo asistido por nuestra Isabel Mestre.
El menú era rico con su crema de setas –y un invento que no conocía, las palomitas de maíz emulando tropezones de pan frito-. He de decir que, a Pablo Rivero el invento no le convenció y que Najwa Nimri se comió las codornices con membrillo frías porque se levantó imagino que a furmarse un pitillito entre plato y plato y eso que en toda la embajada, que para eso es territorio francés, se puede fumar libremente y sino que se lo digan a Mónica Cruz, que se quemó un rubio americano entre pecho y espalda. Las mujeres llevaban joyas pero algunos hombres me dejaron muda; Miguel San Eduardo, cuando es cosa de amigos apellida Mas y cuando se trata de negocios es San Eduardo, con una botonadura de zafiros con orla de brillantes y Tomás Terry con la suya en aguamarinas haciendo juego con sus ojos azules. Reconozco, que como biógrafa no autorizada suya me mueve la pasión. Tanto como por Marichalar, y no porque también sea la biógrafa de su ex mujer, es que con el tiempo he llegado a entender su pena y su tristeza. La gran Pitita estuvo presente y después de cenar, apoyada en el quicio de una mesa barroca, abrió su clutch sacó el pintalabios y allí mismo se retocó. El mini espray de laca que asomaba no hizo falta usarlo porque llevaba su pelo inmaculado e incorructo. Imagínense de qué se hablaba en esos salones barrocos que emulaban al siglo XVIII, mucho de reyes, algo de Cayetanos de Alba y poco del gobierno.
Hubo copitas hasta la madrugada pero eso sucedió una vez que hubimos escuchado los discursos del Embajador –Bruno Delaye-, Daniel Lalande –CEO de Moët & Chandon y de Benoit Gouez –chef de cave- y que brindasemos con añadas de 1976 en honor a lo que entendí como un acuerdo firmado por don Juan Carlos I en Estrasburgo, y si no es así Majestad usted que es benevolente y sabio me lo perdonará, de 1992 en conmemoración de los Juegos Olímpicos en Barcelona, y 2002 cuando Almodóvar gana el Oscar por “Hable con ella”. Mi favorita la añada de 1976, que olía a raro y sabía a gloria.
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